Solo se escriben libros para, más allá del propio aliento, comunicarse con otros seres humanos, y así defenderse de la otra cara implacable de la vida: la fugacidad y el olvido. Stefan Zweig. MENDEL, EL DE LOS LIBROS.
domingo, 24 de diciembre de 2017
sábado, 23 de diciembre de 2017
viernes, 22 de diciembre de 2017
jueves, 21 de diciembre de 2017
miércoles, 20 de diciembre de 2017
martes, 19 de diciembre de 2017
7días7poemas: Hoy, Elvira Daudet.
Una de esas cadenas que circulan por la red y de las que no suelo formar parte por cuestiones de tiempo. En esta ocasión he recogido el testigo de manos de mi amigo poeta José Manuel Gallardo y me he animado. Por Face, por Twitter y también por aquí. Y he querido comenzar con una gran poeta y persona: Elvira Daudet. Disfrutad de su poesía que es puro y duro sentimiento. Y verdad, mucha verdad. De su poemario Cuaderno del delirio:
domingo, 17 de diciembre de 2017
sábado, 16 de diciembre de 2017
Independencia
No hace mucho publiqué este microrrelato en"Face", y os quiero aclarar que aunque el título y el recorrido del micro es evidente que están inspirados por la historia actual de nuestro entorno, no debéis buscarle lectura política, para nada ha sido mi intención ni es una opinión sobre este momento. Porque con la historia también se puede jugar...
Independencia
Primero fue el brazo derecho. Vi cómo bajaba las escaleras. La ingravidez no le sentaba mal, he de reconocerlo. Eso sí, me costó acostumbrarme a su ausencia. Unos días después se marchó el brazo izquierdo. Lo de las piernas ocurrió una noche, mientras dormía; imaginaos lo que me costó levantarme esa mañana. Y no os digo nada cuando el tronco desapareció en la ducha, justo cuando comenzaba a salir el agua caliente; qué fastidio. Estuve un tiempo sin tener noticias suyas, hasta que una tarde los vi en aquel escaparate de la calle Mayor. Ahora, todos los días me detengo un buen rato a contemplarme: no estoy mal, pero no volvería con ellos por nada del mundo; tengo muy claro que me he quitado un gran peso de encima.
viernes, 15 de diciembre de 2017
miércoles, 13 de diciembre de 2017
lunes, 11 de diciembre de 2017
Elsa
Un
día, no hace mucho, Elsa me sugirió el inicio de un nuevo poemario.
Me dijo que no me preocupase, que iría dándome apuntes sobre cómo gestarlo: este recuerdo ahora, quizá después este otro.
Decidí seguir sus consejos y abandonarme a ella. ¿Quién es Elsa?
Yo la llamo así. Vosotros le habréis puesto otro nombre, seguro. Si
no es así, os lo recomiendo. Hacedle caso, cuando se convive toda
la vida con ella se da uno cuenta de que te mantiene en pie.
Y me
habló de ese amigo que en un momento de tu juventud fue más
importante que ningún otro. Y escribí...
lunes, 4 de diciembre de 2017
Donde todos a 3 euros
domingo, 3 de diciembre de 2017
Mucho tiempo. Demasiado.
Mucho tiempo. Demasiado. Mucho tiempo sin asomarme a la ventana. Sé que será difícil que volváis, aunque me encantaría que lo hicieseis. Aquí os espero. Y si solo es el viento el que de vez en cuando me hace creer que he oído unos pasos al otro lado de la pantalla, hablaré con él. Quizá algún día os lleve mis palabras.
Si un día las
sábanas me dicen
que he soñado, las
tenderé al sol
y agarraré, fuerte,
sus faldas
a las cuerdas, que
quizá el viento
recuerde mi intento
de encerrarlo,
de niño, en una
botella.
miércoles, 26 de julio de 2017
Lee o descárgate gratis El dedo índice de mi mano izquierda
A tu disposición, sin registros, así está mi dedo...
http://megustaescribir.com/obra/43383/el-dedo-indice-de-mi-mano-izquierda
lunes, 22 de mayo de 2017
viernes, 19 de mayo de 2017
Fallo y microrrelatos ganadores del IV Certamen de microcuentos Vallecas Calle del Libro
Ganadora Accésit 16 años o menos: Alba
Aparicio Belinchón
Graffiti
Ella
corre por las calles sin un rumbo fijo. La gente mira la pantalla del
móvil como si su alrededor no existiera, pero los pasos que se
escuchan tras ella dicen lo contrario. Su camino se corta y el dueño
de los pasos hace su aparición, formando un río rojo por el suelo y
una mancha carmesí en la pared. La gente levanta su vista de las
pantallas, observando el hermoso Graffiti de la pared. El barrio
nunca había estado tan hermoso.
Ganadora Resto de España: Rakel
Ugarriza Lacalle
Imprevistos
A medida que pasaban las horas se iba poniendo más nervioso. Nunca pensó que todo aquello fuera a durar tanto tiempo, en su imaginación siempre había resultado más sencillo. Al principio el barrio estaba en calma, pero ahora podía escuchar todo el revuelo que se había formado en la calle. Y eso no ayudaba demasiado. Además, se había quedado sin tabaco. Preguntó si alguno de los que estaban ahí fumaba: ninguno. Él se sabía capaz de sobrellevar el hambre que sentía hacía ya un buen rato, pero estaba seguro de que no podría aguantar sin fumar. Así que decidió terminar con semejante agonía. Les ordenó levantarse del suelo, los acompañó hasta la salida y, uno a uno, los dejó marchar.
Una vez solo sacó su mechero y encendió una de las colillas que había ido tirando al suelo a lo largo del día. Tras darle dos caladas, abrió la puerta, tiró el arma sobre la acera y abandonó el banco con las manos en alto.
¿Cómo podría?
Esta mañana he amonestado a tres fantasmas. El primero me pidió un cigarrillo en la boca del metro de mi barrio, el segundo me hizo un regate con una pelota imaginaria justo cuando estaba entrando en el trabajo y el tercero me cambió el azúcar por la sal en la cafetería.
A veces me pregunto si este pequeño sobresueldo –¿cuánto le voy a cobrar a un fantasma por estas travesuras?– compensa tantas fatigas, pero mi mujer me consiguió el puesto y ahora no puedo renunciar.
Se aparecen en los lugares más insospechados y, aburridos de su invisibilidad, incordian a los pocos que podemos verlos. Algunos son tan viejos como los sueños de los hombres, pero otros solo tuvieron ocasión de aprender a balbucear.
Cuando llego a casa, mi mujer me recrimina mi incompetencia.
–Tienes que ser más duro con ellos. Tienes que ser despiadado –me ordena, mientras acaricia una oveja rosa en el regazo.
Entonces recuerdo todo lo que lloré por ella, mi luto inagotable, las astillas de la soledad que todavía me hieren, y me digo: “¿Cómo podría?”.
2º clasificado Madrid: Silvia Asensio García
Tarde de setas
Juana ha pasado la tarde fuera cogiendo setas, aprovechando que los jueves él tiene partida en un bar del barrio. Trae consigo unos magníficos ejemplares. Desde antes del verano lo ha estado planeando todo. Se vuelve a poner las gafas de sol, no quiere que nadie la vea así.
Sube a casa y las cocina como a él más le gustan. Tarda en venir, teme que llegue bebido como siempre y que no quiera cenar.
Parece que ha habido suerte, abre la puerta a la primera y le grita desde el salón: ¡Tráeme la cena! Se la acerca con paso firme y con una leve sonrisa en los labios. Después se sienta a esperar tranquilamente mientras ojea un folleto de vacaciones.
3er clasificado Madrid: Olga Sánchez Sesa
Pequeñeces
Tras
el desahucio supimos que Martín, arrojado a la calle, se sintió
miserable, insignificante y visiblemente empequeñecido. Día tras
día, el peso de la culpa, por haber perdido su trabajo y no atender
los plazos de la hipoteca de su casa, se fue haciendo tan abrumador,
que para las primeras nieves, el pobre hombre, no levantaba ya ni un
palmo del suelo.
Ahora
que la crisis ha terminado, vive en un bonito chalet suizo de madera.
Un gran abeto y un cervatillo flanquean la entrada de su casa. Tiene
trabajo, aunque para conseguirlo se haya visto obligado a asesinar al
pájaro.
Asomado
a su ventana, Martín, canta puntualmente las horas en el gran reloj
de cuco de la juguetería del barrio.
4º clasificado Madrid: Juan de Dios Morán Maestre
Última
mirada
Luisa
sentada frente a la estufa, en la rebotica, agotaba el ultimo día
de trabajo y, a la vez, el ultimo capítulo de una novela de moda. No
le importaba quedarse un rato más con tal de terminar a solas y en
silencio su lectura. La idea de que ese delicioso momento ocurriese
en el autobús atestado de gente que regresa a casa con el alma
aniquilada, le parecía insoportable.
Una
rápida mirada fuera antes de correr el pestillo y pulsar el
interruptor. Nada extraordinario ocurría. La calle se veía vacía a
través del cristal del escaparate, levemente iluminada por el neón
de la cruz verde. Este barrio está muriéndose, pensó antes de
arrellanarse en la butaca. Se cubrió con una mantita de antelina y
dejó la radio susurrando una música sin fin.
Esperaba
sentirse satisfecha cuando llegara este momento y, tal vez por eso,
comenzó a leer con lentitud. Pero algo se precipitó frenéticamente;
el cristal estalló, frascos de cristal cayeron al suelo y exhalaron
un aroma viciado; la luz se apagó y a gritos alguien la llamó. Sólo
la dentadura postiza del escaparate se iluminaba de verde. Se
apagaba. Se iluminaba. Se apagaba...
5º clasificado Madrid: Javier Jiménez Domínguez
Salario
Mínimo Interprofesional
Los amigos del barrio no se creen que haya encontrado trabajo, me dicen que ya es mala suerte, solo uno de cada diez mil lo encuentra. Me han preguntado si no tenía seguro de empleo y les he dicho la verdad, que no. «Pues ahora te volverán las preocupaciones, tendrás que vivir por encima de tus posibilidades», que ya no me quedará para pagar los gastos de la Berlingo, ni los recibos de luz y agua, ni el alquiler; que apenas podré comprar comida y que me olvide de la ropa. Les dije que tan solo es temporal, mientras está de baja uno que voy a sustituir. Los muy cachondos me proponen que si consigo la dirección, ellos se encargan de que le den el alta de inmediato, ¡qué brutos! Pero es que lo estaba pasando bien, ajustado, suficiente para lo imprescindible y sin necesidad de que me ayudaran los abuelos. A ver cómo se lo toman ahora. Deseo que sea por pocos meses para que no me de tiempo a generar deudas que no pueda tapar cuando finalice el contrato. Aún no le he dicho nada a mi mujer, me da vergüenza, pero acabará por enterarse.
jueves, 30 de marzo de 2017
martes, 21 de marzo de 2017
martes, 14 de marzo de 2017
Mi canal de YouTube
Por si os queréis dar una vuelta por los videos que voy colgando en mi canal de YouTube. Poco a poco iré subiendo más. Me encantaría que os pasaseis por allí y que os suscribieseis a él si os apetece. ¡Gracias!
jueves, 16 de febrero de 2017
XVIII edición de Vallecas Calle del Libro
Ayer tuvimos una reunión más para preparar la próxima edición
de Vallecas Calle del Libro, en la sede de Vallecas Todo Cultura, y parece que un
año más se superan las expectativas. Bibliotecas, institutos, asociaciones, medios de comunicación, Junta municipal y
gente de la cultura de Vallecas están apostando cada vez más fuerte por este
evento. Y es que este barrio tiene un movimiento cultural enorme y lo tiene que
saber todo el mundo. Bueno, de momento, lo dejaremos en todo Madrid y casi toda
España, que no es poco. La poeta homenajeada en esta edición será ElviraDaudet, gran escritora, poeta y luchadora por y desde la mujer; preparémonos
para aprender. Una vez más Vallecas Todo Cultura nos permitirá conocer en
profundidad la vida y obra de poetas indispensables en nuestra cultura. También
se dedicarán espacios a Miguel Hernández y Gloria Fuertes, entre otros, y la
comunidad autónoma invitada será Cataluña. Otro acierto de VTC: la cultura no
sabe de peleas dirigidas por poderes e intereses políticos y económicos. Gran
cantidad de actos culturales en colegios, instalaciones públicas y privadas y calles de
Vallecas ocuparán el barrio en abril. Y este año tendremos una Feria del Libro. Ahora mismo está abierto el plazo para que enviéis fotografías al I Certamen de fotografía "GENTE LEYENDO EN VALLECAS". Más adelante, cuando se cierre el calendario de todas las actividades, ya os contaré.
Por la parte que me corresponde, ya os aviso de que el 1 de
marzo se abrirá el plazo de envío de microrrelatos para participar
en la IV edición del Certamen de microcuentos Vallecas Calle del Libro; las BASES
ya están en la web de Vallecas Todo Cultura y también os las transcribo al
final de esta entrada. Este año tiene importantes novedades, como un nuevo
accésit para edad igual o menor a los dieciséis años y nuevas (y muy buenas) incorporaciones
al jurado: Freya García, Noemí Trujillo y Víctor del Árbol. No está mal para
que os vayáis animando, y pensando… También estoy coordinando una serie de
recitales de poesía y micro (y algo más…) en distintos locales de Vallecas
(POEMIKRO2o17). Os puedo asegurar que los que no podéis desplazaros a Madrid
vais a pasar mucha envidia, sana, sí, muy sana, pero envidia… En cuanto esté
todo cerrado ya os lo escribiré por aquí, para que reservéis fechas en el
calendario.
Y os dejo, que después de un tiempo de no pasar por mi blog, al
pobre lo voy a extenuar. ¡Gracias!
BASES del IV Certamen de
microcuentos Vallecas Calle del Libro (edición 2017)
1. Los microrrelatos serán de tema libre,
con la única condición de que en ellos aparezca la palabra barrio, y con una extensión máxima de 200 palabras, título incluido.
Cada escritor solo podrá enviar un microrrelato a la dirección de correo
electrónico certamenvallecastodocultura@hotmail.com.
En
el asunto debe figurar exclusivamente: IV Certamen de microcuentos Vallecas
Calle del Libro. En el cuerpo del mensaje solo debe escribirse si se opta a la
modalidad de “Residente en Comunidad de Madrid” o a la de “Residente en resto
de España”.
Se
adjuntarán dos archivos en formato WORD, uno de ellos nombrado con el título
del microrrelato participante, y que lo incluya, y otro nombrado con dicho título y la palabra
plica a continuación. En este segundo archivo se incluirán los datos personales
del participante: Nombre y apellidos, teléfono móvil y dirección de correo electrónico.
Los participantes cuya edad sea 16 años
o menos, deberán incluir también la
fecha de nacimiento en este segundo archivo.
Los
textos serán originales, inéditos en todos los medios y/o soportes (incluido
Internet). No pueden haber sido premiados en ningún certamen anteriormente.
No
podrán presentarse a la edición de este año 2017 los dos ganadores de la
edición 2016 del certamen.
2. Se establecen dos modalidades: Residentes en Comunidad de Madrid y Residentes en resto de España. Sin
límites de edad ni nacionalidad.
Los
dos ganadores formarán parte del jurado en la edición del siguiente año.
3. La convocatoria queda abierta a partir
del día 1 de marzo de 2017 y se cerrará
el día 23 de abril de 2017, ambos inclusive.
4. La mecánica para la elección del ganador
de la modalidad “Residente en Comunidad de Madrid” será la siguiente:
El
jurado elegirá entre todos los microrrelatos recibidos para esta modalidad
cinco finalistas que deberán estar presentes en el acto que se celebrará en la
Librería Muga (avda. de Pablo Neruda, 89), el día 18 de mayo de 2017 a las
19:00 horas. En ese acto se dará a conocer el nombre del ganador, procediéndose a la lectura
de todas las obras finalistas y a la entrega de premios. Si en el
momento de comunicar la condición de finalista, este no pudiese acudir al acto,
deberá nombrar a un representante o, de lo contrario, se entenderá que renuncia
al premio. En esta misma fecha, con anterioridad a este acto, y por cortesía del
chef Antonio Cosmen, nos reuniremos junto
a los finalistas del certamen alrededor de su famoso Cocido Madrileño, avalado
por la más alta puntuación otorgada por el prestigioso “Club de Amigos del
Cocido”, en la “Cervecería Cruz Blanca
Vallecas”, calle Carlos Martín Álvarez, 58. Esta comida literaria comenzará
a las 15:00 horas.
5. La mecánica para la elección del ganador
de la modalidad “Residente en el resto de España” será la siguiente:
El
jurado elegirá el microrrelato ganador,
comunicándoselo posteriormente al autor de la obra, que podrá asistir si así lo
desea a la entrega de premios y a la comida literaria que tendrá lugar con
anterioridad.
6. Premios.
Modalidad “Residente en Comunidad
de Madrid”
Ganador:
Diploma, un lote de libros y un vale de 50 euros a canjear en la librería Muga.
Segundo
clasificado: Diploma y un lote de libros.
Tercero,
cuarto y quinto clasificados: Diploma y 3 libros.
Modalidad “Residente en resto de
España”
Ganador:
Diploma y un lote de libros.
7. Accésit para participantes de edad igual
o menor a 16 años
Se
concederá un accésit al mejor microrrelato, según la opinión del jurado, de
entre los participantes de edad igual o menor a 16 años, salvo que alguno de
ellos quedara finalista o ganador de alguna de las dos modalidades. En este
caso no será otorgado el accésit. El premio, en el caso de ser entregado,
consistirá en un diploma y 3 libros.
8. Jurado.
El
Jurado estará constituido por los escritores: Manuel Rico, Pablo Bonet, Concha
Morales, Cástor Bóveda, Freya García, Víctor del Árbol y Noemí Tujillo, el
periodista Roberto Blanco y los dos ganadores de la edición anterior del
certamen, los escritores Miguel Ángel Gayo Sánchez y Raúl Clavero Blázquez;
siendo secretario del jurado el escritor Luis Miguel Morales, con voz pero sin
voto.
9. La participación implica la aceptación
plena de las presentes bases.
domingo, 22 de enero de 2017
La sombra de las horas. Relato.
Y un día nació La sombra de las horas, y llegaron también marcapáginas y momentos inolvidables. No es nostalgia de aquel tiempo, es agradecimiento. Es compartir con vosotros, una vez más, antes de vivir ese futuro que está a la espera, tras la puerta. Os dejo con el relato que da título al libro. Gracias.
I
Cuando
el interventor golpeó la puerta del compartimento con los nudillos, estaba profundamente dormido. Al despertar
recordé por completo el sueño en el que me veía inmerso. Como tantas otras
veces me ocurría, instantes después se me borró hasta la última imagen de él,
aunque me quedó un sabor muy agradable, de enorme bienestar. Lo que últimamente
no era mi costumbre.
-Perdone,
señor, en cuarenta y cinco minutos llegamos a París.
Entreabrí
la puerta, descorriendo la cadena, y por la rendija recogí el billete y el
pasaporte.
-Aún
dispone de treinta minutos antes de que cierren el restaurante, señor.
-Muchas
gracias. En cinco minutos estoy allí.
Por
nada del mundo quería perderme el desayuno. El traqueteo nocturno del tren me
había avivado el apetito. Por más que lo intenté no logré acordarme de nada de
lo soñado. Me refresqué la cara con el agua del pequeño lavabo contiguo a la
ventanilla y me vestí.
El
coche de los desayunos estaba situado justo al lado del mío.
-Buenos
días, señor. Puede colocarse en cualquiera de estas dos mesas.
Eran
las dos únicas mesas que estaban preparadas. Comprobé que desde la de mi
izquierda no podría contemplar la salida del sol. Elegí la de mi derecha. En
ese preciso instante el sol apareció por encima de las chimeneas de las casitas
unifamiliares que manchaban el paisaje. No tenían nada que ver con las
construcciones que estaba acostumbrado a ver por la zona de la periferia de
Madrid, estas tenían una arquitectura totalmente distinta. Me gustaban. Era mi
primera salida al extranjero. Ya no me avergonzaría más cuando me preguntasen qué
países conocía, por lo menos de Francia podría hablar.
El
juego de luces que propiciaba el amanecer, al traspasar el recién nacido sol
los cristales empapados por el rocío, le daba un tono mágico al vagón. Fue
cuando la vi. Se llevó la taza a la boca y me miró con sus enormes y redondos
ojos negros. La distancia no me permitió ver con claridad sus facciones. Estaba
en la mesa del final del vagón, justo enfrente de mí.
-Caballero,
¿prefiere té o café?
Tan
absorto estaba en aquella mujer que no advertí al camarero acercándose con la
bandeja del desayuno.
-Perdón.
Café. Con leche templada, por favor.
Mi
mirada regresó hacia ella y ya solo vi su figura desaparecer por la puerta que
daba al vagón cafetería. Apenas si degusté el exquisito cruasán. No dejaba de
pensar en aquella mujer.
El
tren se detuvo y bajé de inmediato. Pasé al lado del vagón cafetería y comprobé
que había tres coches más hasta llegar a la locomotora. Aflojé el paso. Ella
debía de salir de una de esas puertas. Pero no la vi. Al acabar el andén paré y
me volví. Tampoco la vi entre la gente que, cargada con sus maletas, se
acercaba hacia donde yo estaba. En ese momento intenté recordarla en el
placentero ensueño que había concluido bruscamente el interventor.
“Esto
de cambiar de país no te ha sentado muy bien”, pensé, y con ello di por
finalizada la búsqueda.
Ya
me habían advertido que el Metro de París circula en dirección contraria al de
Madrid. Mejor dicho, en Madrid hacemos como los ingleses, al revés del mundo,
pero solo con el Metro. Los trenes entran en la estación por la derecha. En
París por la izquierda. No me resultó tan extraño. La verdad es que siempre he
tenido el problema de no saber por dónde aparecen los trenes. Debía bajarme en
“Grands Boulevards”. Allí tenía reservada la habitación, en un hotel de tres
estrellas de una cadena española. Me habían hablado muy bien de él. Estaba
situado a la salida de la boca del Metro,
en la esquina de la “rue” Montmartre con el “boulevard” del mismo nombre.
Resulta
agradable decir buenos días y que te contestasen “bue-nos dí-as”. Sobre todo
para alguien que la única lengua no materna que conoce, y poco, es el inglés.
No tuve que hacer uso de mis cuatro frases prefabricadas en el idioma de
Shakespeare.
Al
volver a poner los pies en la calle experimenté una sensación nueva, de caminar
por otro mundo, por otro planeta. Hasta el aire me parecía distinto. Y no
dejaba de ser una gran ciudad, como Madrid. Era la primera vez que me separaban
más de mil doscientos kilómetros de mi gente. Notaba la distancia en cada
movimiento, en cada mirada. Decidí perderme el resto del día entre las grandes
avenidas y los parisinos.
II
Comenzar
el día con ese dulce sabor de boca no era lo habitual en mí. Pero otra vez,
para mi fortuna, me había ocurrido. Ni rastro de alguna escena que pudiese
darme la pista para poder desengranar el sueño. Aunque rondaba por mi cabeza
con más fuerza la figura de la mujer del tren.
En
los últimos tiempos me había habituado a las pesadillas y este cambio tan
repentino me tenía desconcertado. Acerté con la elección de este viaje, estaba
seguro. También estaba completamente seguro de que Rosa ya no era la actriz
principal en mis sueños. Rosa ya no aparecía en ellos. Y al pensar que los
kilómetros habían conseguido separarnos física y mentalmente, noté un gran
alivio. En el grado de aturdimiento que estaba instalado no podía distinguir
con claridad qué era ensoñación y qué era realidad. Llevaba mucho tiempo
hundido en un mal sueño, tuviese o no los ojos cerrados.
-Roberto,
ya no puedo seguir más así. Creo que debemos tomarnos un descanso. Me marcho
una temporada a casa de Neli.
Rosa
acababa de cumplir los cincuenta. Nunca habíamos pensado en la posibilidad de
tener hijos, nuestra manera de vivir nos lo ponía muy difícil. Ella trabajaba de
ocho de la mañana a ocho de la tarde y yo de ocho a seis. Nos veíamos en la
cena y poco rato después nos acostábamos. Aún así nos daba tiempo a inventar
alguna pelea sin sentido.
Sus
palabras no me produjeron el menor desasosiego, todo lo contrario, mis músculos
se relajaron por completo.
-Bien.
Me parece bien. Lo necesitamos.
No
dijimos una palabra más, recogimos la mesa y ella se marchó a la habitación a
preparar la maleta. Cuando terminó, salió un momento al salón, se sentó en el
sofá y en diez minutos nos levantamos para ir a la cama. Sorteé su maleta, que
estaba entre la cama y la cómoda y me acosté. Ella también se acostó y nos
dormimos. A la mañana siguiente se marchó al trabajo con la maleta. Nos dimos
un beso. Creo que la rutina quiso ofrecernos un último saludo.
Las
calles de París estaban repletas de gentes caminando deprisa hacia un lado y
hacia el otro. La expresión de sus caras delataba que era una jornada más.
Había amanecido nublado y yo no tenía ningún plan establecido. Así lo pensé
desde el primer momento. El billete de tren de ida y vuelta, doce noches de
hotel y el “Trotamundos”. Era la mejor manera de sentir la libertad. Libertad,
era lo que Rosa quería. Eso me dijo un par de semanas antes de marcharse, el
día de su cumpleaños.
-¿Sabes
cuál sería el regalo que me gustaría tener? Libertad. Y su manual de
instrucciones, por supuesto. Después de cincuenta años, y de veinticinco
contigo, creo que se me ha olvidado por completo como se usa.
No
recuerdo lo que contesté. Lo que recuerdo es que nos enfrascamos en una nueva
discusión.
III
Mi
“libro guía” me había recomendado encarecidamente no obviar un almuerzo en el
restaurante Chartier, un monumento de finales del XIX y que aún conservaba el
aroma de la “Belle Époque”. Además estaba muy cerca de mi hotel. Después de
acercarme a contemplar las doradas figuras que coronaban el palacio de la Ópera
y de darme una vuelta por los Almacenes Lafayette y su colorista cúpula, recalé
a la hora de comer (para mí una total novedad, la una y media, cuando en Madrid
no solía comer antes de las tres) en el pasaje en el que se hallaba el
restaurante. Una gran puerta giratoria de madera daba paso a un local inmenso,
de altas paredes y espejos enormes enmarcados en madera y con formas
redondeadas. En efecto, retrocedí un par de siglos. Todo lleno de mesas
apiñadas, como era costumbre en París. Los camareros te colocaban en el primer
sitio vacio que hubiese, compartiendo mesa y casi cuchara, por la cercanía, con
otro turista o con alguno de los muchos parisinos que llevaban años disfrutando
de tan excepcional local. Pedí el primer y segundo plato de una carta que, por
el tamaño, más que carta parecía un poster. De primero, “potage de legumes”. Y
de segundo “steack hache sauce poivre vert frites”. El primero me sonaba a
potaje de legumbres, pero mi sorpresa fue encontrarme con un puré de verduras
muy rico y que era la especialidad de la casa. El segundo, estaba claro. La
primera palabra formaba parte de mi vocabulario de inglés. Carne. Estuve tan
pendiente del continuo movimiento de las personas entrando y saliendo y de los
camareros, que, con su delantal blanco largo y chaleco negro ambientaban aún
más el lugar, como de la comida. Y me llamaron sobremanera la atención los
cajoncitos numerados de los muebles que se esparcían por la sala. Según me
contó un camarero, en un español afrancesado bastante comprensible, en su
tiempo los habituales los alquilaban y guardaban allí sus servilletas hasta el
siguiente día. A mi derecha tenía una pareja oriental, no sabría decir de qué
parte de Oriente, y a mi izquierda a dos chicas que conversaban alegremente en
francés. Contemplé las barras doradas que volaban sobre nuestras cabezas y en
las que descansaban las chaquetas, los abrigos o las carpetas o bolsos de los
comensales. Y los globos de las lámparas de araña que caían del acristalado
techo. Me fije en el reloj que se alzaba en el centro del espejo del fondo.
Daba las dos. Al volver la vista hacia mi plato, algo me hizo dudar y retroceder
a un punto anterior, justo debajo del reloj. De nuevo, sus ojos me encontraron.
-Pel-do-ne se-ñol.
Giré
la cabeza y vi a mi compañera oriental señalarse sus vaqueros. Una pequeña
mancha verdosa, sin duda procedente de mi puré de verduras, adornaba una de sus
perneras.
-¡Sorry!
¡Sorry!
Respondí
lo primero que se me ocurrió. Tampoco me dio tiempo a pensar que si ella se
había dirigido a mí en español lo correcto es que la hubiese contestado también
en español. Pensé en si su sonrisa era de verdad o si la llevaba puesta
siempre. Rápidamente saqué unas toallitas humedecidas (yo las llamaba mágicas)
que siempre llevaba encima y las restregué sobre la mancha. En un instante la
mancha desapareció y la sonrisa de la chica creció.
-Gla-ci-as, gla-ci-as.
-¡Sorry!
Otra
vez metí la pata. Mientras tanto, el chico oriental no paraba de sonreír y
mirarnos. Opté por callar y volver a mi plato. Y busqué aquella mirada. Alcé la
vista, pero ya no me topé con ella.
IV
Nos
conocimos en la universidad, en el último año de Económicas. No recuerdo qué me
llamó la atención de Rosa. Quizá por eso nuestra relación ya no existía, porque
ni la memoria parecía tener interés alguno en conservar los momentos felices.
Al contrario, se esforzaba día a día en hacerlos desaparecer, en borrarlos por
completo, por si temiese que pudiésemos rescatarlos.
-Rosa,
me gustaría que nos hiciésemos novios.
Se
lo dije tres meses después de conocernos. Ella había pedido traslado de
expediente, venía de Valladolid, huyendo de su familia. Nunca tuve claro el
porqué.
-Vale,
podemos probar.
Estuvimos
de prueba un par de años, hasta que encontramos trabajo, ella en una
multinacional y yo en el Estado. Y nos casamos. La monotonía se apoderó de
nosotros poco a poco, siguiendo un plan preestablecido, hasta que se convirtió en lo que ahora éramos,
en un mal sueño. Un mal sueño que amenazaba con arruinar mi vida. Cada
despertar me sumía en el recuerdo de la pesadilla nocturna. Rosa y su recuerdo
y mi incomprensión hacia nuestro matrimonio. Ninguno de los dos lo queríamos y,
sin embargo, nos había durado muchos años. Veinticinco años que ahora me
parecían mentira. Abrí mi bolso y busqué el pasaporte. Miré la fecha de mi
nacimiento. Luego la fecha actual, en mi móvil. Veinticinco años, esa debía ser
la diferencia. La realidad lo descifraría todo. Pero no, tenía cincuenta años.
Nada había sido una alucinación. Y estaba en París intentando que una pausa en
mi vida me ayudase a cambiar por completo el rumbo que me llevaba hacia la
profundidad del abismo en el que habitaba. No quería terminar tan pronto una existencia
tan vacía.
Y
ahora, que creía haber descubierto el lado bueno de la ensoñación, no sabía
descifrarlo. Cómo despertar en mitad de mi fantasía y sumergirme en ella
conscientemente. Allí estaría la mujer del misterio y me podría hablar, y
podríamos hablarnos. Me desvelaría su secreto. Y cuando nos viésemos a la luz
del día pasearíamos juntos. Algo de lo que nunca había disfrutado. A partir de
ese instante dedicaría todo mi esfuerzo a seguir y desenmarañar la tela de
araña en la que estaba atrapado. Y tenía entre mis dedos la punta de ese hilo
que, no sin esfuerzo, me llevaría a salvarme. En los ojos de ella, de la mujer
que había encontrado en el tren.
V
Abrí
los ventanales de la habitación y el sol me obligó a entornar los párpados.
Acababa de asomarse tras el vertiginoso sesgo de los tejados negros que daban
ese porte singular a la ciudad. La avenida estaba repleta de coches y las
aceras llevaban a la gente a sus trabajos.
Después de consumida mi primera semana ya todo
me parecía más lejano. A Madrid y a Rosa
los veía velados, como a través de una traslúcida cortina. Aunque estos siete
días en París no me habían acercado del todo a lo que yo esperaba. Tampoco me
había vuelto a cruzar con la mirada de la mujer misteriosa, pero seguía
presente, y cada día con más fuerza, dentro de mí.
Hoy
tenía decidido pasar el día en el Museo del Louvre. Era algo especial para mí. De
niño se marcó en mi recuerdo una serie francesa de la tele que se llamaba
“Belfegor, el fantasma del Louvre”. Con un ojo veía al fantasma demonio
transitar por los pasillos vacíos y en penumbra del museo, hasta que llegaban
mis padres y me enviaban a la cama, donde lo pasaba aún peor.
Bajé las escaleras metálicas de la pirámide de
cristal del patio central y me encontré en su inmenso hall. No sabía por dónde
empezar, por lo que decidí subir las escaleras que tenía frente a mí. Disponía
de todo el día. Paseé por sus esculturas, por sus cuadros, por sus innumerables
estancias. Viajé por un sinfín de mundos y de épocas. La tarde comenzó a caer y
me sentía exhausto, necesitaba descansar y aproveché un estrecho claro entre
los abarrotados bancos de una de las salas. Leí el letrero que ponía “Égypte pharaonique, circuitt hématique”
con una flecha que señalaba la dirección en la que me tenía que dirigir y,
después de recobrar el aliento, me encaminé hacia allí. Sería lo último que
viese, eran cerca de las seis de la tarde y tenía unas ganas enormes de cenar y
marcharme al hotel a dormir.
Atravesé
figuras de diosas, de faraones y llegué a la sala de los sarcófagos. Entonces fue cuando me topé con aquella momia
que dejaba ver en la parte superior, entre los vendajes que recubrían todo su
cuerpo, un retrato pintado sobre una tabla de madera. “Momie de femme avec portrait - IIe siècle ap. J.-C.”. No me resultó difícil traducirlo. La
joven del retrato tenía los ojos grandes y redondos, acompañados por una
amplia nariz, curva. Las cejas en pico. La boca pequeña. El pelo, negro, lo
tenía recogido en una trenza que le rodeaba la parte superior de la cabeza,
dejando al descubierto unas orejas de las que colgaban dos pendientes alargados
y terminados en una perla. Un collar ceñía su cuello. Y no me cupo ninguna
duda. Era la mujer del tren.
Llegué al hotel y me conecté a Internet. Tecleé en Google las
palabras en francés que había apuntado en la guía del museo:
“En la época romana de Egipto, entre los siglos I y III de nuestra
Era, se mezclaron la tradición egipcia de momificar, la griega de pintar y la
romana de hacer retratos y de esa mezcla, en la región egipcia de El Fayum,
brotó esta manera de rendir tributo a los muertos”. Los retratos del Fayum, se
llamaban. No tenía ningún sentido lo que mi mente estaba fabricando. Tantos
años de convivir con los sueños, con las pesadillas, aún despierto, trastornaban
mi mente. Esa chica dejó de existir hace miles de años y yo pretendía que su
vida pasease tranquilamente por la ciudad, ¿buscándome? Debía descansar y
esperar al día siguiente para aclarar por completo las ideas.
VI
Acabé de hacer la maleta y la dejé en la consigna del hotel. Hasta
las ocho de la tarde no partía el tren. Tenía tiempo de sobra para dar los
últimos paseos por París. Después de mi descubrimiento en el museo intenté
olvidarme de todo. Pero no pude. La noche daba paso al día y me confundía aún
más. La oscuridad de mis fantasías nocturnas no dejaba traspasar apenas nada de
ellas, solo se repetía su rostro, esta vez con claridad, su rostro joven y
misterioso. Y el tiempo que pasaba dormido se multiplicaba por mil. Despertaba
en la creencia de que habían transcurrido una incontable cantidad de horas.
Pero no sentía miedo, ni cansancio, sino alegría y tranquilidad. Y, de
inmediato, la inquietud del día se instalaba en mí. Y ya no me abandonaba hasta
la siguiente noche.
Los últimos cuatro días se convirtieron en un borroso recuerdo,
paseos y más paseos por las calles, sin rumbo fijo, preguntando a cada puerta
que se abría, a cada rostro de mujer que se cruzaba en mi camino. Preguntas
mudas, que no pedían respuesta. Esperaba a la caída del día para reencontrarme
con ella, y siempre con la esperanza de que, de pronto, apareciese un rayo de
sol, de una luz no esperada, imposible, que me descubriese allí, con ella, esta
vez para siempre, fuera de todas las tinieblas.
Merodeé mil veces por los Jardines de las Tullerías, me senté en
sus sillas metálicas para aprovechar los rayos de sol que traspasaban las nubes
y di mil vueltas a la pirámide de cristal. Paseé por las orillas del Sena,
crucé sus puentes. Me apartaba lo menos posible del Museo. Pensé volver a
entrar y contemplarla, pero no me decidí. Algo, en el último instante, me
alejaba de su interior.
Comí un sándwich en uno de los kioscos de los Jardines y bajé
despacio hacia la Plaza
de la Concordia.
Desde allí me despediría de la ciudad antes de coger el Metro
de vuelta al hotel para recoger las maletas. El dorado piramidión de oro del
Obelisco me deslumbró. Bajé la vista y observé cómo brindaba al pavimento de la
plaza la sombra que en su tiempo debió orientar a tantos y tantos egipcios. Seguí
su trayectoria sobre la carretera mientras los coches rodaban sobre ella y, a
su término, encontré, de nuevo, su figura. De pie. Sus ojos. Mi cuerpo fue tras
ella, pero un claxon lo frenó en seco. Un autobús se cruzó entre nosotros y
cuando terminó de pasar, una vez más, ya no estaba allí. Acababa de abandonar otro
instante perdido.
VII
Descorrí las tableadas cortinas de la ventanilla y recorrí el
andén, hasta dónde me lo permitía la amplia ventanilla del compartimento.
-Buenas tardes, señor. ¿Querría usted reservar mesa para cenar?
-No, muchas gracias.
Apenas si separé la vista del exterior para contestar. Continué un
rato con la mirada perdida entre los postreros rayos de luz que, cada vez más
tenues, punteaban el pavimento. Ya no la buscaba, tenía la certeza de que no
volvería a aparecérseme. Porque eso era lo que había hecho estos días,
aparecerse. Como esas vírgenes que llevan a las multitudes hacia sus altares
más recónditos y allí las abandonan. Al menos, esas gentes se reconfortan en su
alucinación, encuentran otra vida. Solo pensé en abandonar este mundo
consciente que se había convertido en un mundo irreal y que me llevaba de
vuelta a la zozobra de mi rutinaria existencia.
El tren se puso en marcha y avisé al interventor, que me preparó
la cama. La luz del anochecer remarcaba la silueta de las edificaciones
que pasaban, cada vez más rápido, de un
extremo a otro del cristal. Corrí la cortina y me dispuse a enfundarme en el
pijama. Después, abrí la cama y me introduje entre sus sábanas. Un extraño
cóctel de cansancio, de tristeza, de miedo y de esperanza me empujaba a cerrar
los ojos, hasta que, por fin, alcancé las sombras.
Y entonces percibí el suave golpeo de sus nudillos contra la
puerta.
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