miércoles, 21 de enero de 2015

El dedo índice de mi mano izquierda ya en Kindel Amazon



El dedo índice de mi mano izquierda ya está disponible para descargarlo por 1 euro en su versión digital. En la tienda Kindle Amazon. ¿Qué os puedo decir más de él? Que la mayoría de sus breves historias son inéditas (algunas ya han pasado por el blog) y que esperan no dejaros indiferentes. Y que… 

El dedo índice de la mano izquierda no me hace ni caso. Lo comprobé esta mañana al levantarme. Como uno más de los días que cuesta entender que lo que acabas de vivir no era vida sino sueño, desperté con esa sensación que te obliga a hacer algo que en cinco minutos te hubieses arrepentido de haberlo realizado. Acerqué la yema del dedo a la sien, y disparé. Antes de que el proyectil llegase a su destino el dedo se arrugó, se contrajo hasta cerrarse contra la palma de la mano y me dejó una mínima señal de pólvora sobre ella. Lavé las manos con jabón un par de veces y me refresqué la cara. Ya me había arrepentido y di gracias a que mi dedo había pensado por mí. Había pensado por mí. No lo comprendí. Un dedo (sea el que sea, de las manos o de los pies) siempre hace lo que tu cerebro le ordena. Y no suele dejar rastro de pólvora. Al menos eso era lo que me había ocurrido siempre. 

Porque… 

Un dedo… cómo va a tener vida propia un dedo…

lunes, 19 de enero de 2015

El dedo índice de mi mano izquierda


Mi dedo se ha hecho la cirugía estética antes de nacer... es así... imprevisible... Y también me ha dado permiso para que os escriba a continuación una de sus breves historias...

R.I.P.  

La mañana que se conocieron él se levantó junto al odio que le acompañaba en algunas ocasiones y ni la ducha lograba llevárselo por el sumidero. Ella también sintió ese odio después del café, con el último sorbo amargo. Cada uno salió de su casa como un día más, sin que el destino tuviese la obligación de unirlos, pero la persistencia de la lluvia les obligó a guarecerse en aquella cafetería. Él entró unos instantes antes, aunque pidieron a la vez: a partir de ese momento comprendieron que no estaban hechos el uno para el otro. Por eso les casó dos meses después un juez sordo y mal encarado en un juzgado con goteras y en un día sombrío de invierno. No quisieron tener hijos, pero diez años más tarde cuatro niños chillones y mal educados rodeaban la mesa del comedor. Cuando llegaron los nietos (siempre dijeron que no cuidarían a ninguno) pasaron más tiempo con ellos de lo que lo habían hecho con  sus hijos. Luego, llegó la hora de la residencia: no tuvieron otro remedio que vivir en la misma habitación, era mucho más barato. Murieron el mismo día y a la misma hora. Hoy él ocupa un nicho en el cementerio de su pueblo, en Galicia, y ella está enterrada en la sepultura familiar, en un pueblo de Almería. Por fin descansan en paz.

viernes, 16 de enero de 2015

El dedo índice de mi mano izquierda



Mi dedo me ha dicho que os cuente que pronto, la semana que viene, estará en Amazon. De momento no he logrado más información (a veces se hace el interesante) pero os prometo que en cuanto sepa algo más vengo y os lo chivo...

sábado, 10 de enero de 2015

SER Y NO SER CHARLIE

SER Y NO SER CHARLIE


Cuando veo el video de esos descerebrados fanáticos rematando a sangre fría a un indefenso ser humano tirado en el suelo, me siento Charlie. Cuando veo la foto de la redacción de Charlie con los papeles y la sangre mezclados sobre el suelo del pasillo, me siento Charlie. Cuando oigo o leo las proclamas a favor de la libertad de expresión que los hipócritas dirigentes europeos enarbolan en sus discursos, me cuesta sentirme Charlie como ellos dicen sentirse. Cuando pienso en los miles de muertos que nuestra civilización occidental (en nombre de una presunta libertad que no es la que yo anhelo, de una libertad asesina) esparce por las tierras de países como Siria o Irak, me cuesta ser ese Charlie que coloca la libertad de expresión en el límite del desprecio y la confrontación. Cuando veo algunas viñetas de Charlie yo, que no creo en las religiones (en ninguna), soy incapaz de ser Charlie, aunque siempre tendré claro que contra un lápiz y un papel hay que utilizar métodos (en este caso sí civilizados) que no portan armas: los juzgados. Cuando veo que la xenofobia dice sentirse Charlie yo sí soy Charlie y la expulso de ese sentimiento. Y también me siento Malala, y la niña de Gaza (@Farah_Gazan) que tiene en Twitter una inmensa ventana por la que asomarse a la copia de una libertad a la que nosotros a veces no hacemos ni caso. Y me siento uno de los niños que no hace mucho fueron asesinados en su colegio por los Talibanes. Me cuesta mucho sentirme solo Charlie, porque parece que únicamente lo que ocurre en nuestro privilegiado suelo de Occidente tiene importancia, que las masacres que ocurren a cada instante en el otro mundo (de las cuales somos culpables en gran medida) tienen que existir para que nosotros sigamos viviendo dentro de nuestra burbuja (ahora algo contaminada). Me cuesta ser Charlie al cien por cien. 

Irma o esa persistente calle de París