Al pasar te miro de reojo. Tus labios, en continuo
movimiento, dejan salir de la boca palabras, silbidos, simplemente aire. Todavía no he llegado a adivinar de dónde
provienes, de Portugal, de Brasil, quizá de Mozambique.
La otra tarde estabas ahí sentado,
con los pelos totalmente revueltos y sucios, la tez oscura y la barba de un par
de meses, descuidada. Los pantalones podrían ser de color azul marino y el
jersey, posiblemente, del mismo color. Tus zapatos dejaban ver los calcetines. En
el otro extremo del banco un trajeado joven, impecable, comía un sándwich. En una gran ciudad como
ésta no debería prestar tanta atención a tu figura, es algo habitual, no eres
el único mendigando en busca de refugio. O de seguir vivo, sin más.
Ayer te eché en falta. El
ayuntamiento debió de llevarse el banco y pensé que te habrías mudado a otro.
Hoy he vuelto a cruzarme contigo.
Ibas cargado con una bolsa de papel enorme. Repleta, supongo, de cosas
imprescindibles para ti. Me alegré de verte.
Faltaban dos calles para llegar a la esquina y tú venías de allí. Cuando
pude divisarla me sorprendió ver un armazón de sofá, grande, parecía un tres
plazas. Estaba apoyado en vertical sobre la reja de la puerta del local cerrado
hace mucho tiempo. Al llegar junto a él me di cuenta de que lo habías sujetado
a la reja con cordel blanco, fino pero aparentemente fuerte. Un siete en la
tela negra de los bajos dejaba traslucir los destrozados entresijos. Los cojines,
seguro que del mismo color granate de la tapicería, no estaban. Se veía muy
viejo y sucio, aunque bastante más cómodo que el duro banco de madera. Curioso,
un local que en su momento albergó un restaurante de cuatro tenedores, con su
aparcacoches de librea rondando la puerta, y ahora eras tú el dueño de ese
espacio.
Espero que te dure mucho tiempo
tu nueva casa, aunque me imagino que el ayuntamiento no tardará en dejarte sin
ella. No creo que te importe, seguirás buscando, encontrarás otras esquinas. Tampoco
eres muy exigente.
Tan real como la vida misma
ResponderEliminarSí, es que de vez en cuando hay que poner los pies en el suelo. ¡Y a ver si se identifican esos anónimos! Bueno, si quieren... Que todavía somos libres.
ResponderEliminarHete aquí una comentarista libre que se atreve a opinar sobre un interesante y descriptivo relato que esboza con clarificadora brevedad el duro batallar de esos seres itinerantes que habitan las inhóspitas esquinas de las grandes ciudades. Realismo social al alcance de cualquier lector.
ResponderEliminar