Cuenta la leyenda que hace mucho,
mucho tiempo, existió un dragón que tenía atemorizado al Reino de la Imaginación.
Imaginación era un pequeño reino que, a duras penas, existía en los mapas.
Había que fijarse mucho en ese punto que reclamaba la atención del universo y
que casi nunca era atendido. Estaba regentado por el Rey Libro, el cual
repartía cariño y justas leyes a todos sus súbditos. Pero… estaban dominados
por el fuego y el instinto asesino del dragón. Gran parte de sus vidas las
pasaban refugiados en sus casas ante el temor de morir abrasados en cuanto
pusiesen una hoja en la calle. No os he dicho que los moradores de este reino
no eran personas, no, eran libros. Libros con vida propia, como todos, pero
que, además, disponían de piernas y de brazos para poderse manejar por ellos
mismos. Mas el malvado dragón no les dejaba.
Un día, el dragón reclamo al rey la
presencia de su hija en la cueva. Deseaba convertir sus preciosas palabras en
cenizas. El Rey Libro no pudo hacer nada, ya que se había comprometido ante sus
súbditos a obedecer las órdenes del dragón antes de poner en peligro a todo su
pueblo. Resignado, lloró la marcha de su niña y se puso a rezar junto a los
demás libros. Siguiendo el nauseabundo hedor que le llevaba hacia la siniestra
gruta, las páginas de la princesa, abrigadas por sus tapas de terciopelo rosa,
recorrieron un largo camino hasta que se encontraron delante de la entrada a la
cueva, en el Passeig de Gràcia cantonada a Consell de Cent, la mejor zona del
reino. El dragón, ante el olor de las páginas frescas, salió de su escondrijo
y, repartiendo fuego y horror por sus enormes orificios de la nariz, dijo:
¡Eres mía, hermosísima princesa! No le dio tiempo a decir más, en un momento
aparecieron treinta o cuarenta corceles blancos, inmaculados, que llevaban
sobre sus fuertes lomos a libros que provenían de los más recónditos confines
del universo, fuertemente armados con palabras, con frases; unas veces formando
versos, otras cortas historias, otras páginas y más páginas desbordantes de ingenio,
de miedo, de amor. Se colocaron entre él y la princesa y le lanzaron una página
en la que se podía leer: ¡Enfréntate a nosotros, cobarde!
Lo que siguió fue una dura lucha en la
que salieron triunfantes los libros que cabalgaban sobre los corceles y que, tras
lograr taponar con sus hojas los horrendos agujeros por los que salía el fuego
del dragón, dejaron a este vencido, abatido. Cuando estas páginas volvieron a
sus libros, de aquellos orificios ya fríos comenzaron a salir rosas, rosas
rojas, una de las cuales fue a parar, gracias a un gentil libro participante en la batalla, a las delicadas manos de la princesa. Esta, aún con apreciable sonrojo en
sus aterciopeladas tapas, alcanzó a leer sobre las rudas tapas del caballero
libro: (in) DEPENDIENTES DE TI. SANT JORDI 2013.
Así fue cómo, el Reino de la
Imaginación, consiguió que su lugar en el mapa fuese incluido en todas las
guías turísticas del universo. Se dice que, desde entonces, los caballeros (tengo
que especificar que de ambos sexos) libro siguen montados sobre los corceles
inmaculados salvando a todas las princesas libro que necesitan su ayuda. En
cualquier país de cualquier universo. Y que nunca desfallecerán de su placentera,
aunque a veces extenuante, labor.