…Un
reloj desposeído de horas.
Así
fue como acabó, sin haber terminado, nuestro cuento-invitación de Torremolinos y, ahora
que he regresado a mi rincón favorito del ByMe, me gustaría seguir contándooslo.
Se
quedó mirándolas, con aquellos ojos tristes, cansados de buscar sin fruto las
manecillas que un día dieron sentido a su vida.
-Aquí
me veis, solo, inútil, manejado por el sol y la luna, ya no soy yo el que les
indica la hora, ahora son ellos los que mandan
sobre mí. Hoy, os he invitado a mi fiesta para que me ayudéis a superar mi
desgracia. Hasta mi castillo ha llegado la leyenda de las veinticuatro
historias de La sombra de las horas.
Solo quiero que me digáis una cosa: ¿es cierta?
Byron
me ha preparado hoy un Gin Tonic como hacía tiempo…
Las
historias callaron, no podían responder, ¿cómo saber si su vida era real o
imaginaria? El silencio enmudeció las fanfarrias, los príncipes y las princesas
dejaron de bailar, Cupido encogió sus alas y las ocultó tras sus hombros.
-Ya
sé, ya sé, nunca lo habéis…
El
reloj no pudo continuar hablando, la historia más pequeña, de un salto, se
colocó sobre su sombra, la tibia sombra que descansaba sobre los últimos
peldaños de la escalera tapizada de púrpura y, con su mínima voz, se dirigió a él.
-Aquí
tenéis la solución.
¿Y
esa chica?, es la primera vez que la veo por aquí. ¿Qué buscará con tanto afán
en el periódico? ¡Oh!, perdonad, que os distraigo; seguid, seguid escuchando.
Sacó
de entre sus ropajes el libro que antes había ocultado y se lo entregó al
reloj. Este, leyó el título y habló.
-Diario de un hombre mortal. Dime,
pequeña historia, ¿tú que sabes de la inmortalidad?
-Sé
lo que vivió el hombre que vive en mí, lo que sentía cuando sus relojes no
tenían manecillas, como tú, y lo que ocurrió cuando el tiempo apareció en su
camino. Pero yo solo soy una pequeña historia y no puedo pensar. Nunca podré pensar.
El
reloj no paró de leer hasta agotar la última letra. Y cerró el libro. En su
cara apareció el rictus de la serenidad.
Volvió
a hablar.
-¡Historias,
pasad al salón de actos. Allí no hay ventanas que os avisen del día y de la
noche. Allí sí soy yo el que maneja el tiempo que no existe. Allí viviremos todos
los segundos, los minutos, las horas. La eternidad será vuestra!
Ahora
sí os debo interrumpir. En el bello salón de actos del Centro Cultural Pablo
Ruiz Picasso, pudimos agradecer la presencia del Alcalde de Torremolinos, D.
Pedro Fernández Montes, junto a su esposa y la Teniente de Alcalde Dª
Encarnación Navarro. En el camino de Málaga a Torremolinos recibí una llamada
comunicándome que el señor Alcalde acudiría a la presentación. Nada, por si
eran pocos los nervios… Estando, como
estaba, pendiente de salir corriendo, nada más parar en la estación de
cercanías el tren, para los estudios de Torremolinos TV, donde me esperaba la Princesa
(de cuento, no de Mónaco) Carolina para hacerme una entrevista.
También
pudimos agradecer las atenciones que todos y cada uno de los trabajadores del
Centro Cultural tuvieron con nosotros y las de los trabajadores del
Ayuntamiento que se acercaron por allí. Y ya que os estoy contando un cuento, os
diré que allí estuvo nuestra hada madrina Rocío, del departamento de cultura,
verdadera artífice, junto con Juan Fernández, de que nuestras sombras brillaran
en aquel paraíso.
Y,
por supuesto, agradecimos la asistencia de los torremolinenses que se acercaron
hasta allí. Y muy, muy especialmente a nuestra compañera bloguera Marilú
(Cuentalibros) que desde Málaga se desplazó para acompañarnos y a su amiga Isa.
De la noche de “pescaítos” y vino que vivimos después con ellas os hablaré en
otro momento (o quizá no…).
¿Habéis
visto la de hadas y princesas que tiene este cuento? Bueno, pues ahora vienen
los Reyes y las Reinas del cuento a dejaros los colorines, colorados. Gemma,
Ana y Miguel, en representación de los sobrinos que no pudieron acercarse hasta
allí, aunque los tuviésemos siempre presentes, van a cerrar este cuento que
siempre permanecerá abierto entre nosotros. Les pedí que, en unas líneas, expresaran,
para todos vosotros, lo que habían vivido. No he tocado ni una coma. Si con el
micrófono se manejaron a las mil maravillas, no os digo nada con la pluma.
¡Vaya!
Ese buen hombre del bombín acaba de derramarme el escaso líquido que me quedaba
en el vaso sobre el pantalón. Y ni se ha dado cuenta que ha tropezado en mi
mesa… ¡Perdón! Os vuelvo a distraer…
¿Dónde estaba? ¡Ah! Sí, Reyes y Reinas…
Gracias
hermana Concha (Arlequín) por tu magistral presentación, como siempre, y por tu huida del guion. Gracias Lucía. Gracias Gloria. Y gracias a toda la tropa familiar
y de amigos que se quedó en Madrid, tras el teléfono.
GEMMA
Acompañar a otro en busca de sus sueños es siempre una tarea emocionante, más aún cuando el “sujeto buscador” es alguien importante para ti, como lo es Luis Miguel para todos los que participamos en esta aventura. La aventura de poner alma y voz a las palabras que él escribe, y que ya llevan por dentro la propia alma del escritor. Cuando frente al texto me sobrevienen los nervios y la voz empuja hacia adentro, temerosa de no estar a la altura de las palabras que tiene delante, pienso en la ilusión que me hace ser lectora de mi tío, reconvertido en escritor, y ese sentimiento es el que me sostiene y me hace sonreír mientras recorro las letras y miro de reojo a la gente que me escucha.
ANA
Torremolinos,
con su arena sabor limón contempló las palabras que Luis Miguel Morales nos
transmitió a través de Ana y de Julio. Todo sucedió un viernes, saltando de
constelación en constelación hasta el atril. Nos fuimos alejando, unos con los
ojos abiertos y otros con la mente sabor limón, para encontrarnos en la arena.
Arena que Ana y Julio compartieron con nosotros gracias a mi tío, para hacernos
partícipes de esta vida, de su vida, creando un firmamento que nos emociona y
ante todo, nos deja sabor a limón.
MIGUEL
Así
fue. Me enteré de que aquella tarde se iba a hablar de mis aventuras, de mi
vida, de mí. Cogí la maleta y el espejo y allí llegué, a aquella pequeña gran
ciudad donde tanto he veraneado (y lo que aún me queda) de nombre Torremolinos.
Me
encontraba ansioso de saber qué es lo que se iba a decir. Entré en el salón de
actos sin hacer ruido y me senté en una esquina, con el pequeño espejo en el
bolsillo por si era necesario. Impresionado por todo lo que Román había
transmitido a aquella gente de mis aventuras, pensé que debían conocerme mejor.
Sin pensarlo demasiado, interrumpí la presentación y, vivaz, me subí al
escenario para que mi boca fuera el altavoz de las palabras que un poeta
escribió. EL ESPEJO.