jueves, 15 de diciembre de 2011

LAS VIDAS DE JULIO

HACIA EL AZUL

El sol le obligó a desviar la vista sobre las gastadas losetas de la acera. Terminaba de despuntar por el edificio del final de la avenida y sus ojos no pudieron soportarlo. Buscó las gafas de cristal oscuro en su bolso. Antes de colocárselas contempló todo el cielo que le dejaba ver la ciudad. Azul, sin una nube que lo alterase. Se puso las gafas y una mínima gota de agua alteró la visión de su ojo izquierdo. Pensó que algún vecino descuidado regaba sus plantas sin reparar en los que a esas horas de la mañana buscaban el transporte que les llevase a sus trabajos. Como él. Agarró las gafas entre las manos, quitándoselas, y levantó la vista hacia las ventanas. Vio a la mujer que colocaba una tela de color negro sobre el alféizar de la ventana y vio cómo una  ráfaga de viento la hacía ondear. Mientras secaba el cristal de su gafa comenzó a notar que las gotas iban en aumento hasta convertirse en una fina lluvia. Ni una nube cubría el azul celeste. Aparecieron en las ventanas de la avenida más telas negras. A un lado y a otro. Mujeres con semblante grave las colocaban y desparecían. La lluvia arreció a la vez que su confusión. Fue cuando la pareja apareció en la acera. Acababan de doblar la esquina bastantes metros más allá. Él, sujetaba con fuerza la mano de ella. No pudo distinguir bien sus rostros, pero el de ella lo estremeció. Al ir acercándose consiguió ver con mayor nitidez las lágrimas que mojaban las mejillas de ella y que se mezclaban con las gotas de lluvia. El autobús aparcó en la parada. Era su línea. Apretó el paso. Ellos también. Se encontraron bajo la marquesina. La desafiante mirada del hombre le hizo volver la vista hacia la de la mujer, hacia los ojos que buscaban las telas negras prendidas en las ventanas. Ocurrió todo en un instante. El hombre subió al autobús, ella se desprendió de su mano y puso el pie sobre el peldaño, Julio, detrás, la agarró de la cintura y la devolvió a la acera. El autobús cerró las puertas y emprendió la marcha.  La desafiante mirada del hombre se perdió tras el cristal, avenida arriba. La mujer miró a Julio, sonrió y dirigió la vista de nuevo hacia las negras telas que se desprendían de los alféizares elevándose hasta desaparecer en el azul. La lluvia cesó. Ella se perdió por la esquina que cortaba la avenida. Julio miró el panel de la parada del autobús. En cinco minutos vendría el siguiente. Se sentó a esperarlo.

2 comentarios:

  1. Hasta ahora, la mejor de las historias de Julio. Ojalá todos fuéramos Julio.

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  2. Y ojalá Julio siempre fuese así. Mejor, ojalá que Julio nunca tuviese la oportunidad de ser ejemplar por este motivo. Pero, por desgracia, todavía hacen falta unos cuantos Julios.

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Irma o esa persistente calle de París