Solo se escriben libros para, más allá del propio aliento, comunicarse con otros seres humanos, y así defenderse de la otra cara implacable de la vida: la fugacidad y el olvido. Stefan Zweig. MENDEL, EL DE LOS LIBROS.
lunes, 3 de septiembre de 2018
viernes, 9 de marzo de 2018
8 de marzo
Hoy he compartido estas palabras en mi Facebook y os las traigo a mi casa. Aquí estarán mas resguardadas...
Gracias, compañeras. Gracias por el día de ayer y, especialmente, por la tarde de manifestaciones que, como hoy se ve y se escucha en los medios, han liderado las de todo el mundo. Por fin este país encabeza algo digno y vosotras sois las responsables. Gracias. He formado parte de muchas manifestaciones y la de ayer fue impresionante. Como pocas. Si tenemos en cuenta que los hombres que estábamos allí éramos una mínima parte, aún queda más claro que la de ayer fue distinta, algo nuevo, algo vuestro. Seguid intentando transformar esta sociedad, este monstruo machista. Estamos con vosotras. Estoy con vosotras y sé y conozco a bastantes hombres que también lo están, con sinceridad y con hechos. Somos muchos, aunque aún no los necesarios, que “practicamos” la igualdad en el día a día. Pero tengo claro que no es suficiente. Y ahora os lo digo a vosotros, compañeros: tomemos nota del día de ayer, tenemos un año para llegar al 8 de marzo de 2019. Sigamos provocando el cambio con nuestra manera de actuar individual y busquemos la fórmula para que se oiga nuestra voz en lo colectivo. Unámonos para eliminar toda la basura que se acumula en nuestro género. Ejerzamos la autocrítica. Ayer el grito era prácticamente femenino, que dentro de un año se nos oiga a nosotros también, que caminen unidas por las calles las dos voces. Al mismo paso. Nos necesitamos. Y ojalá que haya menos injusticias por las que gritar. Tenemos mucha parte de culpa de que ayer fuésemos un mero adorno. Nos lo tenemos merecido. Busquemos la utopía, si no para qué vivir. Gracias, compañeras.
miércoles, 7 de marzo de 2018
Sigamos construyendo el mundo con palabras
“Siempre me ha gustado mucho leer, pero no tenía libros,
vosotros sí. El mundo ha cambiado y vosotros vivís en uno muchísimo mejor que
el que ha sido para mí, para vuestros padres y abuelos”. José Saramago, entre
otras muchas palabras, usó estas en el año 2003 en un encuentro que tuvo con
unos doscientos escolares en un pueblo de Granada, Castril y, más tarde, pidió
a los escolares que pensaran que si mañana conseguimos un mundo mejor “será
sólo con vosotros” porque “todo lo que queda por hacer tenéis que hacerlo
vosotros”.
Ayer pude disfrutar de una mañana inolvidable en el Colegio
Centro Cultural Palomeras de Vallecas, en la que escuché lo que otros
escolares, entre 11 y 14 años, habían escrito usando las palabras que su
imaginación les dictó. Fueron tres horas, en tres clases distintas, en las que
el tiempo se acabó demasiado pronto. Una frase de Saramago sobre el encerado
fue premonitoria una vez más: “Somos las palabras que usamos”. Estoy convencido
de que es la única manera de conservar la esperanza; con chavales como los que
tuve la fortuna de compartir la mañana de ayer, es imposible no creer en el
futuro. Fueron tres horas repletas de microrrelatos escritos por ellos, de
emociones, de sorpresas, de verdad. Y Saramago les observaba desde la pizarra muy
atento.
Detrás, como artífices imprescindibles, el colegio y sus
profesores. Porque sin la dedicación de estos hubiese sido imposible que la
mañana del seis de marzo luciera así colgada del calendario. Muchas gracias al
colegio, a los profesores y a sus alumnos, por la lección que recibí ayer.
Sigamos construyendo el mundo con palabras, las leídas y las escritas.
viernes, 2 de marzo de 2018
Abierto el plazo de recepción de microrrelatos
Ayer por la tarde, Saramago nos acompañó, llegó refugiado en la lluvia de una tarde gris en las calles y repleta de colores en la librería Muga. Comenzamos una nueva etapa de nuestro certamen de microrrelatos: V Certamen de Microcuentos BLIMUNDA Vallecas Calle del Libro. Gracias a los autores que habéis hecho posible con vuestras obras este momento. Y gracias a todos los colaboradores, los que estáis con nosotros desde el principio y los recién llegados.
Hasta el 23 de abril os esperamos con vuestros microrrelatos. Bases en http://www.vallecastodocultura.org/…/Bases%20dos%20idiomas.…
domingo, 11 de febrero de 2018
V Certamen de Microcuentos BLIMUNDA - Vallecas Calle del Libro
Novedades importantes en la quinta edición de nuestro vallecano certamen de microrrelatos: José Saramago estará presente con uno de sus personajes inmortales, Blimunda, que paseará por la Calle del Libro de Vallecas. Con apoyo de la Fundación José Saramago y de la Embajada de Portugal y con la presencia de la lengua portuguesa y para residentes en Portugal y España. El 1 de marzo se abre el plazo de recepción de microrrelatos. Tenéis tiempo hasta el 23 de abril. Os copio las bases y el enlace a la web de Vallecas Todo Cultura. Ilusionante.
jueves, 18 de enero de 2018
domingo, 14 de enero de 2018
Nos vemos en el ByMe - Kafeto
Esta
tarde estuvo en el ByMe Kafeto. Sí, cruzó la calle y se presentó aquí; solo.
Extraño. En sus catorce años es la primera vez que lo hace. No sé, creo que mi
obligación era preguntar si ocurría algo… ¡Kafeto! Tú por el ByMe, y solo.
¿Ocurre algo? ¡No! No te preocupes. Es que él se ha quedado dormido, me aburría
y he pensado que ya era hora de salir a dar un paseo y conocer esto. Tantas
veces le he visto cruzar la calle, tantas veces me ha hablado del local. Me
siguió dando explicaciones; yo escuché y pensé que para qué más, que era
suficiente, que por qué un gato no puede venir al ByMe, aquí acogen a todo el
mundo que pretende olvidarse, por unos instantes, de lo inevitable. Le ofrecí un
cuenco de leche y me dijo que no, que ya había cenado; además, que me convenía
saber que a los gatos adultos les sienta mal la leche. Y hablamos. ¿Qué te
parece el local? Pues mucho más acogedor de lo que pensaba, francamente. Creía
que él a lo que bajaba aquí era a pasar el rato con algo cargado de alcohol y
ya. Pero, no, ahora entiendo por qué gasta sus últimos momentos del día aquí.
Es estar un rato y se siente uno muy bien. Entiendo lo que me dices, Kafeto,
desde que Luis Miguel me invitó a venir por aquí procuro acercarme todos los
días. ¿Te puedo hacer una pregunta? Sí, claro. ¿Qué ocurrió aquella noche? Kafeto
tardó algo en contestarme, es posible que no tuviese claro a qué me refería.
Ahora me doy cuenta de mi error. Cuando leemos una historia no traspasamos las
cuatro paredes que la contienen, creemos que todo se acaba ahí, en eso que
estamos leyendo. Y no, no es así, la historia siempre va más allá de esas
cuatro paredes. Román, aquella noche no pasó nada, absolutamente nada. Mientras
ella dormía aproveché para acercar mi pelo a su piel. Se despertó, se levantó,
cogió su maleta y se fue. Más tarde salió él de su habitación y recorrió toda
la casa como un poseído. Me hubiese gustado hablar, poder decirle a qué hora se
fue o disculparme por no haberle avisado antes de que ella atravesase la puerta
para marcharse. Ojalá que él comprendiese mis palabras como me comprendes tú.
Pero él es humano, no como nosotros. Sí, ya sé, perdona, tú al menos eres la
representación de un humano; aunque te recomendaría que no te hicieses muchas
ilusiones: tú y yo, al final, dependemos de que arruguen un folio o de que
machaquen insistentemente la tecla de retroceso… Es así.
Continuamos charlando hasta que me dijo que se
subía a casa, que lo mismo se despertaba él y no le veía por allí, y que no le
apetecía que supiese nada de su escapada, que al fin y al cabo los gatos,
personajes o no, deben cumplir su rol, que no le quedaba más remedio, que a sus
catorce años no le apetecía ir en contra de las leyes no escritas. Ya ves,
aunque tengamos esa fama de animales libres e independientes, al final nos
cuesta saltarnos las normas. Además, sé que él me necesita. Y yo le necesito a
él. Estamos a gusto. Por qué cambiar la situación. Comprendí. Acaricié su lomo
y abrí la puerta. Cruzó la calle y lo seguí hasta que entró en el portal. No sé
el tiempo que pasó hasta que se encendió la luz, solo sé que no dejé de mirar
aquella oscuridad hasta que se desvaneció y vi aparecer la silueta de él.
miércoles, 10 de enero de 2018
Nos vemos en el ByMe - ByMe PUB
Casi cinco años sin
aparecer por aquí. Apenas ha cambiado nada; el tiempo ha intentado, como
siempre, recubrir con su fina capa de minutos olvidados toda la estancia, pero
no lo ha conseguido. Un simple soplo y desapareció ese manto indeseado. Quizá
haya sido una ayuda inestimable esta luz tenue que nos envuelve
para que no se distingan algunos trocitos de olvido que aún manchan alguna mesa,
alguna silla o la parte más escondida de la trasera del mostrador. Es
inevitable.
Por si es la primera vez que aparecéis por el pub, os diré que me llamo Román y conmigo está
Luis Miguel. Hoy le he rogado que no diga nada, que ya habrá tiempo. No sé si
le ha sentado muy bien mi petición, pero creo que se estará callado. Y también andan
por aquí, a sus asuntos, Byron y Mery. No dudéis en llamarlos en el momentos
que sintáis la garganta seca.
He querido comenzar
esta nueva etapa con el relato que inauguró el ByMe. Luis Miguel lo creó
para su primer libro, La sombra de las
horas, y ha hecho como con el local, darle una manita de pintura y cambiar
algún taburete que cojeaba un poco. Espero que así conozcáis algo más el
ambiente que intentamos se respire por aquí. Siento haber monopolizado esta
nueva toma de contacto: os prometo que en las siguientes habrá más charla…
Poneos cómodos y pedid lo que queráis. ¡Byron!, ¡atiende a las amistades!
ByMe PUB
Hay
veces en la vida que es mejor callarse. Se lo oí decir a mi padre en muchas
ocasiones. Es una frase que, estoy seguro, todos los hijos han oído decir a sus
padres. Pero mi padre era mi padre y esas palabras eran para mí.
Todas
las mañanas me he levantado con la dichosa pregunta de aquella noche dando
vueltas a la cabeza, todas las mañanas que la resaca me lo ha permitido. ¿A qué
hora cerráis? Así de simple. Una interrogación que ni el peor novelista
utilizaría en la peor de sus novelas. Una interrogación que se dice y se oye
millones de veces al día en el supermercado de cualquier ciudad. O en cualquier
gasolinera en mitad de cualquier autopista. Es imposible que una pregunta como
esta pueda marcar la vida de nadie. ¿A qué hora cerráis? Mientras salían esas
palabras de mi boca leía, una vez más, el revés de las letras góticas biseladas
en el cristal opaco que separaba la última fila de mesas del local con la
calle. Una be mayúscula a la derecha, a su izquierda una i griega minúscula,
después una eme mayúscula y a continuación una e minúscula. Un mínimo espacio
las separaba de otras tres letras mayúsculas y de mayor tamaño, la pe, la u y
la be. ByMe PUB. Formaban un semicírculo. Mi cuerpo giró con el taburete y unas
gotas de la copa de ron cayeron sobre el mostrador mientras los cubitos de
hielo chocaban entre sí y me dedicaban su helada melodía. Al otro lado de la
barra Byron concentraba su atención en elaborar uno de sus exquisitos cócteles.
Siempre concluía la noche saboreando uno. Mery contaba los billetes que
rebosaban la gaveta de la caja registradora de mediados del siglo pasado que
daba un toque de misterio al que pretendía ser un moderno local. Era una de
esas máquinas con manivela a la derecha y cuatro filas de teclas iguales que
las de las máquinas de escribir antiguas, de las Olivetti, redondas, planas,
con un reborde metálico que cercaba un cristal bajo el que se escondían las
letras blancas sobre el fondo negro que adornaban su panzudo cuerpo. A mi
derecha un caballero con bombín, que no se había quitado en toda la noche,
contemplaba los movimientos rápidos de los dedos de Mery sobre los billetes. Al
menos eso era lo que parecían enfocar sus vidriosos ojos. Y a mi izquierda el descascarillado
mostrador sin una copa sobre él y con una hilera de taburetes vacíos
bordeándolo. A nadie parecía interesarle lo más mínimo contestar a esa pregunta.
O quizás es que nadie me había oído, para qué oír una cuestión tan falta de
sentido como esa. Yo sabía perfectamente la hora de cierre. Byron y Mery sabían
perfectamente que yo sabía la hora de cierre. Y el señor del bombín seguía
dando vueltas por su mundo.
Creo
que en cinco minutos. La voz me llegó por la espalda. Mi estado no me permitía
adivinar nada más. Las palabras habían alcanzado mi espalda, pero no sabía de
dónde provenían, de cuál de las tres filas de mesas que me separaban de la
puerta de entrada al local. Al volver la cabeza
vi una mujer de exagerados y largos rizos cobrizos que caían sobre sus reducidos
pechos apenas ocultos por una transparente blusa. Hojeaba un periódico de enormes
páginas que descansaba sobre la mesa. Unos grandes labios de recargado tono
carmesí competían con unas sonrojadas mejillas. Su espalda no lograba alcanzar
el respaldo de la silla, casi pegado al cristal que separaba el garito de la
calle. ByMe PUB. Volví a leerlo. Todos los días de todo el año terminaba en
aquel antro a tomar las últimas copas antes de subir a mi apartamento que me
esperaba en el portal de enfrente. Algunas noches, al acabar la jornada
laboral, me acompañaba a la primera el oficial; otras, a la segunda. Pero Luis hacía
más de un mes que se iba directo a su casa. Hoy no puedo quedarme, lo siento. A
ver si mañana… Su mujer y su hija eran una razón más que suficiente para que
abandonase esa copa que amenazaba con convertirse en costumbre y en un peligro
para su estabilidad familiar. A mí no me esperaba nadie. Sí, Kafeto, pero él no
reparaba en la hora ni en mi estado; por las noches, al atravesar la puerta, restregaba
su peludo lomo sobre mis pantorrillas y emitía unos tímidos ronroneos antes de
volver a su rincón. Llevábamos catorce años de vida en común y de respeto
mutuo. Sin compromisos.
Nunca la
había visto por allí, ni siquiera por el barrio, por las cuatro manzanas que encerraban
mi existencia: el apartamento al otro lado de la calle, el ByMe y, en la
avenida paralela, la oficina. Algún fin se semana visitaba a mi madre en la
casa del pueblo donde vivía con mi hermana o en ocasiones salía a un cine del
centro con Berta antes de que pasásemos la noche en mi casa. Durante los
últimos catorce años los únicos que compartieron conmigo esas cuatro paredes
fueron Kafeto, a todas las horas, y Berta, diez o doce noches al año. Era la
primera vez que veía esa cara y estaba seguro que de haberla visto antes la
recordaría. Nunca te he visto por aquí. Me senté en la silla y ella recogió el
periódico en cuatro pliegues. Mi rodilla se tropezó con la maleta roja de
mediano tamaño que nos separaba. Acabo de llegar esta tarde a la ciudad. Estaba
buscando en el periódico alguna pensión para pasar las primeras noches.
¿Conoces alguna? Al apagarse las luces de neón del letrero exterior del pub su
cabello rizado adquirió un tono distinto, el color cobrizo se había convertido
en un perfecto color castaño natural, brillante. La bruñida piel de su cara,
tan cerca, dejaba descubrir debajo de aquellas capas de cosméticos una suavidad
y una juventud que desde la distancia me había sido imposible adivinar. Hasta
sus labios perdieron aquella exageración que hace un momento aprecié. No lo dudé un
instante, ni la hora ni el alcohol me obligaron a dudar. Pues yo creo que este
no es el lugar para una hermosa chica como tú. Yo vivo ahí, en aquel portal, y tengo
un sofá cama siempre disponible. Mi gato está ya viejo. Te husmeará un poco y después
no te molestará. Perdona que haya sido tan directa, pensarás lo peor de mí,
pero es que estoy desesperada y, aunque tú no te has fijado, llevo un buen rato
aquí, te he observado y me has merecido toda la confianza. Pues no deberías
fiarte… Sonreí y ella me correspondió con el abismo de sus negros iris. En ese
momento el hombre del bombín pasó a nuestro lado y, antes de desaparecer por la
puerta, tropezó con la mesa y terminó de vaciar el escaso ron que aún contenía
la copa sobre mis pantalones. El hombre del bombín ni se enteró.
¡Señores!
¡Hora de que nos vayamos a casa! Byron hizo un cariñoso gesto solicitándonos
clemencia. ¡Hasta mañana, chicos! Cruzamos la calle antes de que nos alcanzase
la riada que cada noche fabricaba la estruendosa máquina del Ayuntamiento y
subimos al cuarto piso. Todo estaba en perfecto desorden. Mientras Kafeto
fiscalizaba a la intrusa yo me encargué de desalojar el sofá y convertirlo en
una confortable cama. Acababa de guardar, por la mañana, un juego de sabanas
limpias en el armario. Estuvimos en el cine Berta y yo la semana pasada, por lo
que no esperaba tener que usar un nuevo juego de sábanas en algún tiempo. Uno
hace cosas sin motivo aparente que luego encuentran una razón. ¿Quieres la
última? Era la pregunta retórica, indispensable. Un buen galán de una buena
película en blanco y negro de la época dorada de Hollywood no debe pasar por
alto terminar o empezar una conquista con esa propuesta. Y nunca había que temer
a la respuesta. Llevo un día muy largo y, además, me tomé una copa en el bar...;
mi cabeza no me va a permitir otra. Espero que no te parezca descortés. Descortés
no me pareció, para entonces ya me tenía
a sus pies por completo. Ahora tenía claro que de no soltar yo la
innecesaria preguntita ella no habría abierto la boca. Un ser tan indefenso no
se hubiese atrevido a dirigirse a mí sin encontrar una excusa. Yo pasaría a su
lado, quizá tropezaría con su mesa, quizá le pediría perdón. Pero no habría
reparado en ella. Poco después, cuando Byron se dirigiese a echar el cierre,
llorando, le rogaría que le dejase pasar la noche en su local, que le pagaría
lo que le pidiese.
Salió
de mi habitación después de cambiar su ropa por un mínimo pijama de verano. ¿No
te importa que me tumbe? Asentí con la cabeza. Se durmió de inmediato. Su
cuerpo, que parecía flotar sobre el sofá convertido en cama, fue el mejor
antídoto para mi exceso diario de alcohol. Ni diez cafés bien cargados hubiesen
hecho el efecto que había conseguido su contemplación. No pude dormir en toda
la noche. Ella estaba al otro lado de la puerta y yo no podía traspasar esa
barrera. Al atravesar la ventana el primer rayo de sol acabó por vencerme el sueño.
Me
sobresalté y miré el reloj. Las dos de la tarde. De un salto casi me presenté
en la puerta, la abrí y mis ojos corrieron hacia ella. Sobre el sofá cama solo
quedaban las sabanas arrugadas. Ni rastro de la maleta. Ni de su ropa. Solo su
olor. Kafeto me dio los buenos días. No le extrañó que me levantase a esa hora,
era sábado y en otras ocasiones había tardado más en hacerlo. Él no notó
alterada para nada su rutina con la compañía que había tenido esa noche.
Tampoco podía preguntarle la hora a la que se había ido. En ese momento pensé
que ni siquiera sabíamos nuestros nombres. Ojeé el salón buscando una nota,
pero no encontré nada. Esa noche inquirí a Mery por ella, si la habían visto
aparecer por allí, o por la calle. La siguiente noche también. Y así todas las
noches.
Maldita
pregunta, pensé una noche más, antes de volver a oírla de la boca del caballero
del bombín que se sentaba a mi derecha. ¿A qué hora cerráis? Esperé una
respuesta a mis espaldas. Sí, tenía que responderle. No me atreví a escuchar.
No me atreví a volver la vista hacia el final de las tres filas de mesas que me
separaban de la puerta de entrada al local. Pero al final lo hice. Solo vi la
silla vacía y un periódico con unas hojas de gran tamaño sobre la mesa. Y también
leí aquellas letras góticas y en semicírculo biseladas en el cristal. ByMe PUB.
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