Un vallecano en La
Noche de los Libros de Madrid el día de Sant Jordi
Vallecas, las diez y veinte de la mañana. Huele a brisa
salada en mi barrio. El autobús 57 me dejará en Atocha en poco menos de media
hora. Antes de llegar a la plaza del Reina Sofía una manifestación me advierte
de que estamos en Madrid, de que aquí a los libros les cuesta despertarse en
este día 23 de abril, de que la Cuesta de Moyano está tan acostumbrada a las
protestas como a su olor de libros de esos que guardan literatura escrita en mayúsculas entre sus tapas. Debo darme prisa, a las once abren el Gran Salón de Lectura de
La Noche de los Libros los compañeros de Playa de Ákaba con su Madrid Animal
Literario. Cierto y acierto de título. Por una vez la Comunidad de Madrid,
institución, también acierta en algo y baja la literatura a las calles, a esta
plaza de losetas fabricadas con cultura. No, esto no es la Barcelona de los
dragones y de las rosas, aunque me sigue llegando ese fuerte olor a brisa
salada que me acompaña desde allá, desde ese puerto de mar de mi barrio, al
otro lado de la M-30. Poca gente por los sillones de la plaza. Poca gente y
buenas letras leídas desde la tarima. Me viene el recuerdo de la parada del
Paseo de Gracia del año 2013. Vuelvo a estar junto a
ellos: (In) DEPENDIENTES DE TI. Compañeros. Pero estamos en Madrid, olvídate.
Recorro el Paseo del Prado, Recoletos, llego hasta Colón y le contemplo allí
arriba, sin mar cercano al que señalar, aunque estoy seguro de que a él le
llega también la brisa vallecana. Turistas, muchos turistas. Madrileños también
por las calles, imagino. Y manifestantes. Siempre. No hay más remedio que protestar.
No, no hay rosas ni apenas libros. Es que
vosotros tenéis la Feria del Libro y nosotros solo tenemos este día, un único
día, cómo no va a rebosar la ciudad de fervor literario. A nosotros también nos
gustaría disfrutar durante más de dos semanas como vosotros con vuestra Feria.
Sí, no os faltaba razón. Vale. Pero añoro más que nunca ese Sant Jordi de 2013.
Calle Alcalá, Andrea, veinte años y el cartoncillo que
cuelga de su cuello gracias a una larga cinta roja: Save the children. Luismi, me llama Luismi. Me emociona que una
cría de 20 años me llame Luismi y me acorrale con esa solidaridad y concienciación
que tantas personas no han sentido ni sentirán nunca en la vida. Le confieso
que soy escritor. Porque hoy soy escritor, solo eso. Eso. Durante veinticuatro
horas no soy ni siquiera persona, soy escritor. En el Círculo de Bellas Artes
no comienzan a leer El Quijote hasta las seis de la tarde. Las poesías
del Salón de la ONCE no vuelven hasta las cuatro y cuarto de la tarde y no he oído a ningún poeta. Sigo sin ver rosas por las calles de Madrid.
¡Claro! Es que aquí es La Noche de los Libros. Tendré que esperar a que el sol
se vaya escondiendo tras los tejados.
Son las seis y media en la plaza del Reina Sofía, he quedado
de nuevo con la gente de Playa de Ákaba. Soy un afortunado, formo parte del
jurado de un concurso de microrrelatos que organizan ellos. Durante una hora,
cualquiera puede acercarse y entregarnos un máximo de quince líneas que hable
de sueños… Tras la tarima comienzan a traernos los folios. Ángel, Antón y yo
nos asustamos un poco… ¡Que esto se llena! Noemí no para de traernos más
folios. Y las chicas de la organización de la Comunidad de Madrid, también. Y algún
chavalito despistado que llega hasta nosotros. Desbordados. Lees. Y opinas para
ti. Y nos decimos que no nos va a dar tiempo. Y nos dicen que tenemos menos
tiempo, que hay que decidir. Y decidimos, aunque sabemos que es imposible ser
justo. Aunque sabemos que somos justos. Y me conmueve que la chica que gana el
primer premio esté como un flan. Y la segunda premiada, también. Y nos subimos
a la tarima y mientras Ángel lee el resultado veo que la plaza está repleta de
gente. Nos han llegado casi cien micros en una hora… Por un momento retrocedo
porque siento que una ola enorme nos va a empapar a todos. Esto sí es. La Noche
de los Libros de Madrid en el día de Sant Jordi. Veo al santo montado en su
caballo ir detrás del dragón que acaba de levantarse de una de las sillas de
la terraza; apenas le dejó disfrutar de su bocata de calamares. Bajamos de la
tarima con los nervios y las emociones merodeando la plaza y me despido de
todos. Ha venido la familia, ahora nos toca a nosotros comernos el bocata. Veo
libros y flores por todas las partes. Y mi piel siente esa humedad mediterránea.
Regreso a casa; no cerraré la ventana del dormitorio, estaré toda la noche
oyendo el rumor de las olas. Seguro que me cuentan historias.
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