martes, 29 de octubre de 2013

Adriana


Adriana


-¡No me volvéis a follar! Cabrones…

Agarró la botella sujeta del cuello por la mano que caía del colchón, y dio un trago. Lo miró. Sobre la cama, boca arriba. Se frotó los labios asqueada de las babas de él. Limpió con mimo los enormes zapatos de negro acharolado de infinito tacón. Se subió a ellos, ajustó la exigua ropa que apretaba aún más su cuerpo y echó la maleta a rodar. Calle abajo; apenas iluminada por las farolas escondidas entre las hojas de los árboles. Hasta llegar al puente sobre la autopista. Pegó la maleta a la barandilla. Se quitó los zapatos. Los restregó sobre su estrecha falda hasta dejarlos brillantes y los colocó en el suelo, con mimo. Las punteras, en paralelo, sobresalían de la acera. Se aferró al frío metal y miró hacia el horizonte de la carretera. Las luces de los coches se acercaban veloces para desaparecer bajo sus pies. Solo faltaba el salto. Lo dio.

Esta vez os remito a una noticia de esas que nos impresionan unos instantes. Al menos. Esta vez mi relato tiene un claro antecedente. No tuve más remedio que volver a inventar su historia. Una de esas historias que parece ser nadie tiene interés en que solo sean ficción. Si queréis leer lo que fue la vida de una de las muchas Adrianas que vemos en nuestras carreteras como un elemento más del paisaje, este es el enlace:

domingo, 27 de octubre de 2013

Presentación de la antología solidaria Un mañana para Alicia


De nuevo os traigo información de la antología solidaria en la que tengo el placer de participar con un relato y junto a otros quince autores. ¡Ya tenemos lugar, día y hora para la primera presentación!  Será en Sabadell, el sábado 23 de noviembre y a las 18:00 horas. Siento no poder estar allí, pero mi ausencia física el único que la va a notar seré yo porque acudirán un montón de compañeros. Si queréis informaros de todo lo que va a rodear este acto (que será mucho y bueno) os recomiendo que lo leáis en el blog de la antología: TODOS POR UN SUEÑO, o en el de Julia Zapata, impulsora y coordinadora y escritora y… ¡vamos, la jefa y el corazón de todo esto!

Cuando vayan llegando nuevas noticias sobre la forma de comprar algún ejemplar de la antología os lo contaré, aunque sí os adelanto que serán los cauces normales de la Editorial Círculo Rojo, que es la que se encargará de la edición, y que se podrá comprar en papel y en e-book. También os dejo un e-mail en el que podréis reservar ejemplares o aclarar alguna duda: aliciaysumundo@gmail.com


viernes, 18 de octubre de 2013

La tercera cita



Hoy paso por aquí a deciros que un relato mío participa en el concurso de micros “III certamen de relato corto... para mesilla de noche” del blog esta noche te cuento y que si queréis pasar por allí a leerlo y, que si os apetece, tenéis tiempo, teclado del ordenador a mano, etc, etc., me gustaría un montón que dejaseis algún comentario. Sin agobios, ¿eh? Lo que de verdad sí deseo es que lo leáis. Os espera allí mi tercera cita. No os lo he dicho: el tema sobre el que van los relatos de este mes de octubre es CITA CON LA MUERTE. Sugerente…

También os animo a que leáis los demás relatos, merece la pena. Y ya, por pedir, ¿por qué no os animáis a participar?

miércoles, 16 de octubre de 2013

Nuestro civilizado mundo


 Nuestro civilizado mundo

El dolor de cabeza le acompañó hasta la ducha junto a la pesadilla que le había rondado toda la noche y que no podía ver. El agua se estrellaba con tibieza sobre la frente; se abandonó. Enjabonó el pelo. La sien derecha le estallaba. De repente, notó como si de su oído del mismo lado brotase un manantial que chocaba contra el suelo de la ducha; entremedias, le pareció oír un golpe seco. La presión sobre su cráneo se atenuó; intentó abrir los ojos pero el escozor del jabón no se lo permitió hasta que retiró la espuma con un chorro de agua. Oyó gritos de desesperación rodeando sus pies. Miró. Solo le dio tiempo a reconocer una figura de hombre, desnudo, de piel negra, luchando con el agua que se precipitaba hacia el interior del redondo sumidero. No mediría más de cinco centímetros. Observó cómo daba un par de vueltas alrededor del agujero antes de comenzar a desaparecer por él. El hombrecillo alcanzó a agarrarse a la cruz del desagüe con sus manos. Instintivamente, con el dedo gordo de su pie, aplastó esas manos hasta que sus ínfimos dedos no pudieron aguantar, y lo vio desaparecer. Le quedó una extraña sensación, pero su mente se relajó.

Desayunó. La tostada quizá le supo un poco amarga. Tuvo que apartar de ella a una mujer, de unos cuatro centímetros de altura y también piel morena, que acababa de caer desde su todavía húmedo pelo, y que cubría su cuerpo y su cabeza con una desgastada túnica de colores chillones. Se resistía a abandonar el lecho de mermelada de naranja pero, ayudado por la cucharilla y el cuchillo, logró deshacerse de ella e introducirla en el cubo de la basura que tapó y saco a la terraza de la cocina para no oír sus lamentos.

Llegaba tarde al trabajo. Aceleró el paso. Cruzó de acera, como todos los días, para que el muchacho que pedía en la puerta del “Super” no le molestase con su “buenos días de puto extranjero”. Tuvo que correr un poco para que no se le escapase el autobús.

Cuando llegó a la oficina tomó el café con sus compañeros antes de comenzar la jornada. Hablaron, como cada día, de lo mal que estaba todo y una vez más estuvieron de acuerdo: “Hay que cerrar las fronteras a tanto extranjero que viene de fuera a robarnos lo nuestro”. Les habló de la noche que había pasado y de la pesadilla que no recordaba. Terminaron el café y se dirigieron hacia sus mesas. Notó un pequeño bulto en su sien izquierda que parecía deslizarse hacia la oreja. De nuevo, el dolor de cabeza fue en aumento. Más tarde, unos mínimos pies, de piel tostada, como los de un niño, querían aparecer por el oído. Uno de sus compañeros pareció darse cuenta, pero no quiso molestarle.


Fueron hacia sus mesas, encendieron los ordenadores y se sentaron. Ninguno reparó en las huellas de sangre que dejaron a su paso. Ni en los ataúdes de madera, de distintos tamaños, que guardaban sus cajones. Él sí. Se sentó y pudo hacerse con aquel mínimo cuerpo desnudo, que ahora reposaba en su hombro, antes de que cayese al suelo. Abrió el cajón y levantó la tapa de uno de los ataúdes pequeños, de unos tres centímetros; introdujo el cuerpo, lo tapó y cerró el cajón. Lo último que expulsó por sus oídos fueron las tablas, casi intactas, de una pequeña patera. Llamó a la mujer de la limpieza para que limpiase la baldosa sobre la que cayeron. Por fin se sentía a gusto para poder comenzar el trabajo un día más. El dolor de cabeza se había marchado.

miércoles, 9 de octubre de 2013

A veces



Son las gotas de agua que inician una y otra vez su camino
por la autopista que extravía su reflejo azul.
Son los pasos sobre las mismas baldosas
sin charcos que salpiquen los pies.
Son los labios olvidados de besos.
Es el minuto que no encuentra final.
Es la palabra despojada de letras.
A veces.


miércoles, 2 de octubre de 2013

Instantes



Un círculo perfecto. Lo sintió crecer. Cuando sus espaldas no soportaron el peso, con esfuerzo, consiguió que rodase hacia el suelo. Paró justo delante de sus pies, en el renglón que le tocaba vivir. Lo esquivó y se dejó caer al siguiente párrafo para comenzar de nuevo.

Irma o esa persistente calle de París