DIARIO DE MADRID
10 de marzo de 2004. 23,30 horas.
Sharif
abre la puerta de su casa. Intenta hacer el menor ruido posible para no
despertar a su niña. Cuelga el abrigo en la percha del recibidor y se acerca a
besar a Salma, medio dormida sobre el sofá del salón: ¡Por fin, Salma! Mañana
me tengo que presentar en la Delegación de Gobierno a recoger los papeles.
Salma, aún sobresaltada, lee la carta con membrete oficial que acaba de
entregarle Sharif y se abraza a él: Mañana, cuando deje a Sara en la guardería,
voy a buscarte al trabajo y nos acercamos los dos.
Se
marchan a dormir media hora antes de lo habitual; al día siguiente les aguarda
el despertador más temprano que de costumbre. Manuel no logra conciliar el
sueño, la discusión de la tarde con Emilia, como siempre por tonterías, le ha
dejado intranquilo: Mañana, al salir del trabajo, compraré esos pendientes que
le gustaron tanto. Emilia siente la tensa espalda de Manuel, ella tampoco consigue
apartar de su cabeza las lágrimas de la tarde: Mañana le dejaré que se fume el
cigarro de la cena sin mandarle a la terraza.
Resuenan
las bocinas de los coches por el paseo de la Castellana. Raúl, no puede ser
menos que los demás y machaca continuamente la suya mientras recuerda el
momento en que el árbitro pitó el final del partido y todo el estadio, menos
los cinco mil hinchas alemanes, gritó y saltó de alegría: Mañana se va a
enterar el listo de Jose cuando me oiga cantar el himno a todo pulmón.
En el
despacho del Ministerio del Interior, el ministro rebusca entre los papeles de
su escritorio: Sí, pásame la llamada, por favor. ¡Hola, Paco! ¿Cómo estás? Aquí
me pillas, mirando las últimas encuestas. Sí, sí. Venga, mañana nos vemos en la
sede del Partido y hablamos tranquilamente sobre ellas. Hasta mañana.
11 de marzo de 2004. 19 horas.
Emilia
llora, ya sin lágrimas, mientras su cabeza reposa sobre el hombro de su madre.
Salma mira, sin ver, la foto de Sharif que descansa sobre la palma de su mano.
Los padres de Raúl, sentados, se hablan pero no comprenden nada. Comparten una
gélida sala acondicionada con prisas. Acaban de identificar a los suyos; tres
cuerpos destrozados por las bombas que, esa mañana, rodaban sobre los mismos
raíles.
En
su despacho del Ministerio del Interior, el ministro rebusca entre los papeles
de su escritorio: Sí, pásame la llamada, por favor. ¡Hola, Paco! ¿Cómo estás? Ya
ves… Sí, sí. Venga, mañana nos vemos en la sede del Partido y hablamos.
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Han pasado nueve años desde aquel 11 de
marzo. Este relato lo escribió la rabia y la indignación que sentí en los días
posteriores. Hasta ahora nunca había visto la luz más allá de unas pocas
personas muy cercanas, pero hoy he sentido la necesidad de enseñároslo. Todas
las mañanas, de lunes a viernes, vuelvo a la estación de El Pozo, camino del
trabajo; hoy me encontraré el recuerdo de algunos de los que no pudieron volver
a subir a esos trenes en los que yo, por fortuna, aún puedo montar. Aunque
vengan con retraso en algunas ocasiones.
Canalicé toda esa rabia e indignación hacia
la crítica política. Quizá por esto es por lo que hoy cuelgo este relato en mi
blog porque, por desgracia, algunos políticos no aprendieron nada, o no quieren
aprender. El dolor, el sufrimiento, la mentira, no se deben utilizar para hacer
política. Por eso perdieron esas elecciones y por eso ahora, que juegan con otro dolor y con
otro sufrimiento, están bajo mínimos en esas encuestas que tanto les han preocupado
siempre. Aunque saben que tienen una ventaja enorme, a su falta de escrúpulos
se les une la falta de memoria de los votantes. Hoy, ellos encabezarán los
actos oficiales que se repiten año tras año en esta fecha. Espero y deseo que
algún día los votos recuperen la memoria.
Dudaba sobre la conveniencia de escribir
estas líneas después del relato, pero al final me he decidido. El Mañana que
nunca existió para 191 personas y el Mañana que nunca hubieran querido vivir
sus familiares y amigos, me obligaba a ello.
Porque los mentirosos sí tuvieron y
tienen mañana.