BMW
Logró introducir la llave en la
cerradura mientras percibía una sonrisa nerviosa esbozarse en sus labios. Abrió
la puerta y se acomodó. Bajó un par de dedos la ventanilla e inspiró
profundamente. Según iba el aire abandonando sus pulmones los músculos de todo
su cuerpo fueron recuperando la relajación perdida. Giró la llave de contacto y
el motor se puso en marcha.
Había quedado a desayunar con Antonio.
Todavía disponía de una hora y se dedicó a dar vueltas por la ciudad. Las
mañanas de domingo las calles estaban desiertas y solo algún semáforo en rojo
le obligaba a parar. El aire que entraba por la rendija moviéndole el flequillo
aumentaba aún más su sensación de bienestar. Allí estaba Antonio, esperándole
en el interior de la cafetería, tras el cristal. Entre sorbo y sorbo de café se
le escapaba una mirada hacia su coche aparcado en la acera. Volvió a sentirse
incomodo. Se despidió de Antonio lo antes que pudo y regresó al vehículo. A la
una debía estar en la otra punta de la ciudad, Vane lo esperaba para almorzar y
después ir a ver alguna película. Se detuvo en el primer quiosco de periódicos
que encontró. Aparcó cerca de la casa de Vane y bajó la ventanilla, abrió el
diario y se dispuso a leerlo.
-¿Te parece bien que aparque cerca del
Burger, te bajas a por unas hamburguesas y nos las comemos aquí dentro?
Vane frunció ligeramente el ceño y asintió,
aunque pensó que después de tanto tiempo sin verse no era el restaurante ideal.
-Me han dicho que hay un nuevo cine
cerca de la playa, en el polígono, y que es como los que vemos en las “pelis”
americanas.
Tampoco opuso resistencia Vane a la
idea de Julio. Después de arrastrar hacia el asfalto las escasas migas que
habían caído sobre los asientos, se dirigieron al autocine y vieron la
película. Del Oeste. Al terminar se dirigieron hacia el apartado camino que
bordea las dunas. Allí, reclinó los respaldos de los asientos hasta
convertirlos en una confortable cama y echó el seguro de las puertas del coche.
Se desnudaron.
Vane le miró antes de cerrar el portal
y Julio respondió con una ráfaga de sus faros. Ya solo, pensó en comer un
perrito caliente, algo ligero antes de volver a dormir a casa, pero las
golosinas del cine le habían llenado el estómago. Aparcó dos calles más allá de
su edificio y sacó la llave del contacto. Abrió la puerta. El corazón comenzó a
latir más deprisa a cada momento. Parecía que quería salirse del pecho. Un
sudor frío le caía por la frente. Los músculos se agarrotaron. Cerró la puerta.
¡Inspiró! ¡Espiró! ¡Inspiró! ¡Espiró!
Espiró. Echó el seguro de las puertas
del coche. El corazón recuperó su ritmo normal. Los músculos recuperaron la
tensión normal. Reclinó el respaldo de su asiento para dejarlo totalmente
horizontal y se fue colocando hasta encontrar la perfecta postura fetal.
¡Qué miedo llegar a esos extremos!!! Lo malo es que, viendo el consumismo en el que vivimos, puede llegar a convertirse en una historia muy real.
ResponderEliminarBesotes!!!
En esta ocasión no he querido preguntar a Julio, mejor dicho, no he podido, todavía sigue en su coche... Yo creo que se le pasará en unos días.
EliminarPor desgracia, Margari, me da la impresión de que no es tan irreal, ¡si por lo menos fueran eléctricos!
¡Un besazo!
¡Qué agobio, qué angustia... la tensión arterial por la nubes! Pobre Julio, arrastrado por su fetiche rodante hasta la extenuación. Bsazos.
ResponderEliminarÉl se lo ha buscado. Como le he dicho a Margari, yo creo que en una semana sale. No te preocupes.
Eliminar¡Besazos!
¡Caray! ¡Que agobio!
ResponderEliminarCreo que en estos momentos, es pura realidad que supera con mucho a la ficción. No conoces el nombre de quien conduce un flamante coche, pero si toda su composición indumentaria.
Es como si fuera Kitt, el coche fantástico. Sólo vemos continente no el contenido...¡Con tal de que tenga buenas válvulas!...¿Que importa la integridad interior de quien lo lleva? Si hablamos en primera persona y somos los orgullosos conductores de este artefacto los parámetros de la ficción aún pueden ser más altos, traspasando los límites de los absurdo ¡Ay!
Vengo de visitar el blog de Concha y Kafeto y me he dado una vuelta por tu casa. Si no te importa, continuaré haciéndolo.
Un saludo.
Pedro Luis, encantado, puedes venir cuando quieras, esta es tu casa. Lo que te pediría es que, por favor, ¡no vengas en coche!
EliminarComo tú dices, creo que sí, que una vez más la ficción es superada por la realidad.
Bueno, en cuanto pueda te devuelvo la visita. Un abrazo.