Os dejo la colaboración con VallecasVa de este mes de julio en la que intento expresar lo que es este barrio para los que hemos tenido la suerte de nacer y vivir en él. Espero haberlo logrado. También os dejo el enlace para descargar en PDF el periódico completo. Merece la pena leerlo:
¡Gracias!
Bajo el paraguas de Vallecas
De niño restregué
mis rodillas -para poder curarlas con el algodón y el alcohol de la abuela
Jacinta- por los cerros del final de la calle Almonacid, allá, por detrás de la
gasolinera de la Avenida de la Albufera, el portón de entrada a la Colonia
Santa Ana o, como bautizaban los taxistas, el barrio de la yenka. Me escurrí
entre las puertas del descansillo del tercer piso; del 3ºA al 3ºB, donde
esperaban los sillones de mi madrina listos para ser picoteados. Antes de que
el asfalto arrasara con sus coches, paseé por la avenida de la Paz hasta el Puente
de los Tres Ojos.
Crecí en el
nocturno del Tirso, buscando novia y los estudios que el trabajo había postergado tras lo necesario. Allí
encontré la lucha contra el fascismo que se resistía a regresar a las cloacas;
allí encontré amigos con quien compartir los recitales de Inti Illimani; allí
encontré compañeros. Seguí creciendo. La novia se convirtió en esposa. El
domingo por la mañana me uní al coro del Estadio y canté las victorias o las
derrotas de mi Rayo. Continué mirando al fascismo de reojo, con pancartas, ondeando
banderas, junto a los vecinos.
Busqué entre los
antepasados, entre sus leyendas, hasta encontrar un valle poblado de
dinosaurios, de árabes, de olivos. Empapé el parche de pirata montado en el
bajel que durante todo el año fondeaba en el puerto, a la espera de la batalla
anual; con dos mortíferas armas: un cubo y una espada de plástico. Me sentí orgulloso de la otra Iglesia, la que se escribe
con minúsculas y trabaja con mayúsculas, la del Padre Llanos y, ahora, la de
Enrique de Castro. Seguí oyendo y cantando las canciones de un extremeño
vallecano llamado Luis Pastor. El Hebe atronó mis oídos con la música de Ska-P.
Comprendí y estreché la mano de los diferentes, porque aquí siempre tuvimos
claro que todos somos iguales.
Recreé la vista
y los sentidos con los libros que esperaban ofreciéndome sus portadas unos
pocos peldaños abajo, los de la librería Muga en la avenida de Pablo Neruda;
¿dónde si no? Respiré con la cultura que aguardaba en los Centros Culturales,
pese a aquellos señores que desde la alcaldía se agarraban a las banderas de un
partido que nunca caminó, ni quiso hacerlo, por el barrio.
Viví en Vallecas.
Vivo en Vallecas. Viviré en Vallecas y hoy tengo la fortuna de poder hablaros
de mi barrio. Mi padre me registró como Luis Miguel, aunque me podría haber llamado
Juan, o Concha, o Alejandro, o Lucía, o Christian, o Ameena, o Kavi, o Bao-Zhi.
Porque no importa el nombre ni de dónde se venga, solo es necesario estar
dispuesto a ocupar un sitio debajo del gran paraguas que cubre nuestro barrio con
un fuerte armazón de diez varillas: C-O-M-P-R-O-M-I-S-O. Con la vida, con el que
te necesita, con el amigo, en contra de la injusticia. Para resguardarse de la
lluvia, solo hay que cruzar la M-30 y, en cuanto se ve el letrero del Metro y se
lee “Puente de Vallecas”, guarecerse bajo ese enorme paraguas. Un paraguas que,
además, no tiene ningún problema en dejar pasar los rayos del sol.