¿Tú vivirías en un país en el que sus
dirigentes políticos se reúnen en la Casa de fieras? Para los que no conozcáis
Madrid, la Casa de fieras era el pequeño zoo que siempre habíamos tenido en la
capital. Estaba situado en los jardines del Retiro. Allí íbamos a ver a los
tigres, a los leones, a los monos. Todos ellos enjaulados en unas celdas
mínimas, sufriendo la falta de libertad de la misma manera que los que los
contemplábamos. Eran los tiempos del blanco y negro.
Ahora, el Congreso de los Diputados se
asemeja a aquella Casa de fieras. Verjas al principio de la Carrera de San
Jerónimo. Verjas al final de la Carrera de San Jerónimo. En medio, los leones,
a un lado y al otro de la escalinata principal del edificio. Son de bronce,
pero… están cobrando vida. Yo creo que ahora se sienten muy cercanos a sus antepasados,
los que vivieron entre aquellas rejas del Retiro. Te miran y en sus ojos puedes
leer su ansiedad. Salir de allí. Recobrar la libertad. Ya no quieren convivir
con esa otra especie nueva, animales bípedos, con traje, que se pavonean de su
presunta superioridad. Los leones ya no soportan verlos pasar a su lado, con
ese cinismo que transportan adonde van. Con esas manos sucias, manchadas con el
color negro del dinero, empapadas en el rojo de los más desfavorecidos. Los
leones están hartos de oírles hablar, chillar, discutir, decir palabras huecas.
Discursos… discursos… Para nada. Para ellos. Mientras, los que estamos al otro
lado de la jaula, no queremos ir a ver a esa nueva especie. No queremos oírlos.
Y ya sabemos que los leones no pueden vivir
en cautividad, que se mueren poco a poco. Que ya no quieren ser de bronce. Que
ya no quieren vivir con ellos.
¿Tú vivirías en un país en el que se
permitiese tener enjaulados a unos leones, que eran de bronce, junto a esa
nueva especie bípeda que viste trajes manchados de rojo?
Tú tienes la solución. Nosotros
tenemos la solución. Vayamos a liberar a los leones de bronce, saquémoslos de
allí, que corran con nosotros por las avenidas. Libres. Y, entonces, cuando ya
estén fuera, cerremos de nuevo las rejas. Echemos la llave a todos los
candados. De vez en cuando iremos a oír, junto a las cercas, sus gruñidos. Los gruñidos de la nueva especie. Allí
dentro. Sin que puedan salir. Y, si, por casualidad, alguno baja por aquella
escalinata que guardaban nuestros leones, que ya no son de bronce, y nos pide
comida, no se la deis, recordad el cartel que leíamos en la antigua Casa de
fieras.
“Prohibido dar de comer a los animales”